María nos coloca en situaciones que nos hacen ver nuestra verdad domingo V de pascua

María nos coloca en situaciones que nos hacen ver nuestra verdad, y después nos atiende, éste es el camino.

Reflexión para la Homilía del 29 de abril de 2018,
Quinto Domingo de Pascua

Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de los Hechos de los Apóstoles 9,26-31. 
Salmo 22(21),26b-27.28.30.31-32. 
Epístola I de San Juan 3,18-24. 
Evangelio según San Juan 15,1-8.

Queridos hermanos:
La Primera Lectura, del Libro de los Hechos de los Apóstoles nos revela que nada es

imposible para Dios, pues vemos cómo Saulo (Pablo), fue convertido por el Señor. Primero Saulo perseguía a los cristianos y los encarcelaba, los mataba, pero Dios tuvo Misericordia de él y lo convirtió de tal manera que “tirándolo del caballo” se volvió una grande discípulo de Jesús. Por eso muchos desconfiaban de Pablo, porque se acordaban del viejo Saulo, ya que antes de su conversión los perseguía y por esto no tenían plena confianza en él y dudaban de que fuera sincero. Así nos puede pasar a nosotros con nuestros hermanos. Cuántas veces habrá alguna persona, o familiar, o amigo de quien pudiéramos conocer algún acto malo, alguna caída, o simplemente pudiéramos tener alguna falsa idea de su actuar, y cuando hace algo diferente, encaminado hacia el bien, nos cuesta trabajo creerlo y dudamos de su acción, como que se nos quedan las etiquetas de las personas por algún hecho que conocimos, o incluso puede ser no un hecho sino alguna difamación, calumnia o chisme.
Pero, así como Dios hizo con Saulo que lo convirtió en un hombre nuevo (Pablo) quiere hacer con cada uno de nosotros, quiere convertirnos, cambiarnos, volvernos discípulos del Señor a tal grado que, de forma natural, demos testimonio de Jesús. A veces nosotros somos los calumniados, a veces nosotros somos los que calumniamos a otros, el hecho es que todos necesitamos esa conversión como la tuvo San Pablo.
San Pablo, después de encontrarse con la Luz de Jesús, vio su verdad y la verdad de Dios, la Luz le hizo ver que él mataba y perseguía a los cristianos pero también esa Luz le hizo ver el gran Amor y la gran Misericordia de Dios para con él; esto es lo que lo convierte y lo hace un gran santo seguidor de Cristo. La verdad e él y la verdad de Dios lo hace ser humilde y fuerte.
El Salmo de hoy nos dice que todos, incluyendo los que no tienen vida glorificarán el poder de Dios es decir que cuando estamos muertos por nuestros pecados, muertos del alma, al encontrarnos con el Amor de Dios y su Misericordia también glorificaremos su poder y hablaremos de esto a nuestra familia, amigos, porque la conversión es obra del Señor.
En la Primera Epístola de San Juan, Dios nos invita a que vivamos en sus mandamientos, pero nos dice que, si algo nos reprocha nuestra conciencia Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas. Por esto Dios, en su gran Misericordia nos da siempre los Sacramentos, para regresar siempre a la casa del Padre y para que queramos recibir el Amor y el perdón que Él siempre está dispuesto a darnos. Al final de la carta San Juan nos dice que el que cumple los mandamientos de Dios, permanece en Él, y Dios permanece en quien los cumple, sin embargo, como vemos en el Santo Evangelio, nosotros no podemos hacer nada por nosotros mismos, no podemos solitos cumplir con ninguno de los mandamientos. Jesús mismo nos lo dice cuando dice que separados de Él nada podemos hacer y nos da el ejemplo de que así como los sarmientos, separados de la vid se secan y mueren, así nosotros, sin Jesús NADA podemos hacer. Al final del Santo Evangelio Jesús nuestro Señor nos dice: la gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante y de esta manera seremos sus discípulos. Entonces podemos preguntarnos, si nosotros nada podemos hacer, ¿porque Jesús nos dice que la gloria del Padre consiste en que demos fruto abundante? Y la respuesta la encontramos en que no debemos separarnos de Jesús, porque sólo así no nos secaremos ni moriremos, sino que daremos mucho fruto.
Hermanos, pensemos en esto: Dios quiere llevarnos a vivir en la verdad, la verdad de nosotros mismos, de que no somos buenos, de que por nosotros mismos solo podemos hacer cosas malas. ¡Sólo Dios es bueno!, y Dios quiere que aceptemos esta verdad con humildad porque sólo de esta manera, viviendo con humildad en nuestra verdad de que nada somos y nada podemos separados de Jesús, acudiremos a Él para sacar todas las fuerzas de Él mismo. La única fuerza para hacer el bien viene del Señor. Por esto, cuando Dios nos ilumine con su luz y veamos quienes somos en realidad, así como lo hizo Dios con San Pablo, que le enseñó todo lo malo que había en él al matar a tanta gente, demos gracias a Dios de que se acerque para iluminar nuestras tinieblas de pecado, de chismes, de falta de amor a los demás, de tantas cosas que cada uno sabe que tiene en su interior. Sí, démosle gracias a Dios de que nos muestra nuestra verdad, porque quiere decir que quiere llevarnos también a ver la verdad de Dios, como la vio San Pablo, de que nos ama así como somos y de que quiere convertir nuestro corazón para ser verdaderos discípulos de Cristo. Sin embargo, para esto, es necesario vivir en la verdad, es necesario ver que necesitamos la salvación de Jesús, de otra manera nos cerramos a que la fuerza de Dios actúe en nuestra debilidad.
Así le pasó a nuestro hermano San Juan Diego, él tuvo que vivir humillaciones, desprecios, y fueron tantos que ya quería escoger otro camino, irse por otro lado, pero Dios quería hacerlo consciente de su verdad, Dios quería hacerlo verdaderamente humilde, y María le sale al encuentro y lo mira con Amor, es como si Dios, por medio de María lo “tirara del caballo” pues le sale al encuentro justo cuando estaba “escapando” de María, y Ella le muestra con amor su verdad, la verdad de que ya había elegido irse por otro lado. Es en este momento cuando el Amor de Dios expresado por Santa María de Guadalupe, lo convierte en verdadero hijo de María y discípulo de Cristo, y de esta forma San Juan Diego, ya viviendo en la verdad, después de haber sido “tirado” del caballo al igual que San Pablo, fue capacitado, así como también fue capacitado San Pablo, para cumplir con su misión.
Hermanos, no nos desanimemos cuando Dios nos ilumine con su Luz y veamos la verdad de nosotros, de nuestras miserias, de nuestras caídas, de nuestras debilidades, muchas veces tenemos remordimientos de conciencia, tengamos el valor de levantarnos y de si es necesario, acudir a Jesús en el confesionario, para que, una vez tirados del caballo, nos dejemos transformar por el Amor de Dios y por su Perdón y de esta forma podremos cumplir con nuestra misión y vivir como verdaderos discípulos del Señor.
Pidamos a Santa María de Guadalupe, Quien llevó a San Juan Diego por este camino, nos de la gracia de reconocer que Ella nos lleva por un camino similar al de nuestro hermano San Juan Diego, pidámosle nos de la gracia también de agradecer cuando a veces nos coloca en situaciones que nos hacen ver nuestra verdad, porque estas son oportunidades maravillosas de acudir a la fuerza de Dios, son oportunidades que nos hacen más humildes, que nos hacen tener el corazón contrito y, nosotros sabemos bien que a un corazón contrito y humillado Dios nunca lo desprecia. Si Dios nos hace humildes por medio de las humillaciones y los problemas, demos gracias a Dios y también agradezcamos que María nos acompaña y nos guía hacia Jesús. Si nos dejamos transformar por María, Dios podrá utilizarnos para amar verdaderamente a los demás. Que así sea. 


María, al ejemplo del Buen Pastor, también sale a nuestro encuentro Cuarto domingo de pascua

María, al ejemplo del Buen Pastor, también sale a nuestro encuentro
Reflexión para la Homilía del 22 de abril de 2018,
Cuarto Domingo de Pascua

Tras las huellas de San Juan Diego
Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,8-12. 
Salmo 118(117),1.8-9.21-23.26.28.29. 
Epístola I de San Juan 3,1-2. 
Evangelio según San Juan 10,11-18.

En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles escuchamos que la gente les preguntó quién había sanado a un enfermo. Pedro presenta al enfermo ya sano ante la comunidad y les dice que quedó sano gracias al Único que puede curar, quien es Jesús de Nazaret, el mismo que fue rechazado y crucificado. Al explicar Pedro este milagro físico de sanación quiere también enseñarnos, por medio de un hecho visible, que Jesús es capaz de curar cualquier enfermedad física, pero también quiere decirnos que Jesús no sólo cura enfermedades del cuerpo sino que cura enfermedades del alma, del corazón y de la mente, nos puede curar de nuestros propios pecados, de nuestro orgullo, de nuestras debilidades y de nuestras fragilidades.
El Salmo de hoy nos invita a ser agradecidos por esto, por que Dios es bueno y porque su amor es eterno. Dios nos ama tanto que envió a su Hijo a salvarnos y Él quiere siempre sanarnos y salvarnos. La salvación ya nos fue dada y debemos estar siempre alegres pero también debemos ser sobre todo, muy agradecidos.
Sería bueno intentar siempre aprovechar esta salvación del Señor acercándonos a El y dándole las gracias. Una manera de expresar nuestro agradecimiento es aprovechando los sacramentos como lo son el de la Reconciliación con Dios y el de la Comunión.
En la segunda Lectura san Juan quiere compartir con nosotros la alegría de ser hijos de Dios gracias a Jesús, quien fue hecho hombre y hermano nuestro por amor. Gracias a esto Dios nos ha convertido en hijos de suyos. San Juan quiere que nos demos cuenta de cuánto nos ama Dios y por eso dice: ¡Miren cómo nos ama el Padre que nos llama hijos de Dios porque gracias a Jesús lo somos realmente!
Esta Lectura nos lleva a reforzar por una lado la alegría en la que debemos vivir y por el otro lo importante que es el agradecimiento ante tanto amor que es eterno.
El santo Evangelio nos refuerza también la Primera Lectura, la Segunda y el Salmo, porque Jesús nos dice que Él es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Nos dice que no confiemos en las personas que no se interesan auténticamente por las ovejas, sino que solo las cuidan por recibir un salario y, entonces, cuando se acerca el lobo salen corriendo y abandonan a las ovejas. Por eso Jesús mismo nos invita a darnos cuenta de que sólo Dios nos ama con amor eterno y que sólo Él nunca nos abandonará, nos invita a no poner nuestra esperanza en el hombre sino a ponerla siempre en Dios, porque Él nos ama con amor eterno y siempre nos cuida como un Pastor a sus ovejas. También Jesús nos dice en esta Lectura que tiene otras ovejas en otro corral y nos hace saber que Él también las debe conducir y que algún día escucharán su voz y entonces lo seguirán y habrá así un solo rebaño. Con esto Dios nos dice

que vino al mundo por todas las ovejas, por todos los pecadores por los mas y menos alejados por todos-todos. Y esto nos debe llevar a alegrarnos porque Dios no se cansará de buscarnos ni de buscar a nuestros hermanos por muy alejados que nos encontremos o que se encuentren.
Ahora bien, veamos cómo Dios, en México hace casi 500 años, curó a un enfermo, al tío de San Juan Diego. Juan Bernardino se llamaba y él ya le había pedido a Juan Diego que fuera a buscar a un sacerdote, porque pensaba que ya se iba a morir. Y, ¿qué fue lo que pasó? Dios, por medio de María, la Virgen de Guadalupe curó al tío de esa enfermedad y quedó sano. Pero, al mismo tiempo que curó al tío de su enfermedad física, también estaba curando la falta de fe de San Juan Diego. San Juan Diego en ese momento estaba huyendo de María porque pensaba que tenía que ir primero a buscar al sacerdote para su tío. Pero María, al ver que Juan Diego estaba huyendo de Ella y que quería resolver su problema por él mismo, lo buscó y le salió al encuentro. María hizo tal cual como Jesús, como el buen Pastor que va a buscar a la oveja perdida, María fue a buscar a Juan Diego. Y, cuando lo encuentra, no lo regaña, sino que lo mira con amor y esto es como si cargara a la oveja con su ternura y amor maternal. Así como hace Jesús cuando carga a las ovejas de su rebaño, así mismo hace María con Juan Diego y así mismo hace María de Guadalupe con cada uno de nosotros.
Vemos pues que Bernardino fue curado de su enfermedad física, y Juan Diego fue curado de su debilidad, de su fragilidad, de su falta de fe, de su huida de María.
Cuando Juan Diego oyó de María que su tío ya estaba sano, él se dio cuenta de que no le pidió ayuda a María y se arrepintió y entonces se entregó verdaderamente al amor de María y a su plan y Ella lo capacitó y lo fortaleció para continuar con la misión de ir con el Obispo y de decirle lo que María quería.
Hermanos, una vez más comprobamos el Amor eterno de Dios, Quien no se cansa de buscarnos y de enviarnos las ayudas necesarias para acercarnos a ÉL.
En todas nuestras debilidades debemos dejarnos encontrar por el Buen Pastor, debemos querer dejarnos encontrar por María quien como enviada de Dios nos sale al encuentro para acercarnos a Jesús y aprovechar la salvación. Dios siempre quiere curarnos, Dios siempre puede sanarnos de cualquier enfermedad física, pero sobre todo quiere curarnos de nuestro orgullo, de nuestra soberbia, de nuestro egoísmo, quiere sanarnos de las enfermedades que nos pueden llevar a perdernos de la vida eterna.
Acudamos a María, estemos pendientes de los encuentros que Ella quiere tener con nosotros, pidámosle a San Juan Diego nos ayude a dejarnos encontrar por Ella y que Dios nos sane de nuestra ceguera para que veamos cómo María nos sale al encuentro de muchas maneras y sobre todo agradezcamos a Dios, pues nos muestra una y otra vez más que nunca se cansa de demostrarnos que su Amor es eterno.
Que así sea. 

Del Directorio Homilético

Cuarto domingo de Pascua
CEC 754, 764, 2665: Cristo, pastor de las ovejas y puerta del corral
CEC 553, 857, 861, 881, 896, 1558, 1561, 1568, 1574: el Papa y los obispos como pastores

 CEC 874, 1120, 1465, 1536, 1548-1551, 1564, 2179, 2686: los presbíteros como pastores 
CEC 756: Cristo, la piedra angular
CEC 1, 104, 239, 1692, 1709, 2009, 2736: ahora somos los hijos adoptivos de Dios 

Reconocer mi miseria para aprovechar la Redención Domingo tercero de pascua

Reconocer mi miseria para aprovechar la Redención
Reflexión para la Homilía del 15 de abril de 2018,
Tercer Domingo de Pascua
Tras las huellas de San Juan Diego
Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19. 
Salmo 4,2.4.7.9.
Epístola I de San Juan 2,1-5a.
Evangelio según San Lucas 24,35-48.


Queridos hermanos:
En la Primera Lectura los Hechos de los Apóstoles podemos reflexionar que lo que Pedro le dice al pueblo, es también ahora para nosotros. Pedro les dice que actuaron contra Jesús por ignorancia y así también muchas veces nosotros con certeza caemos en lastimar a Jesús con nuestras acciones, con seguridad lo maltratamos cuando maltratamos a nuestros hermanos, ya sea con palabras, con obras, con falta de amor, con falta de consideración y de atención; y al lastimar a nuestros hermanos, lastimamos a Jesús Quien vive en cada uno de nosotros. Caemos en esto muchas veces por ignorancia, por debilidad, porque somos frágiles y pecadores.
Sin embargo, si nosotros reconocemos esta verdad, si estamos pendientes y continuamente analizamos nuestros actos yendo con sinceridad a ver nuestro corazón, y si Dios ilumina con su luz nuestra conciencia veremos bien clara nuestra fragilidad, nuestras faltas y nuestras miserias, si hacemos este ejercicio de tratar de descubrir la verdaderas intenciones de nuestro corazón y nos encontramos con nuestra verdad, podremos decir junto con el Salmo de hoy:
“Respóndeme cuando te invoco, Dios, mi defensor,
Tú que en la angustia me diste desahogo: ten piedad de mí y escucha mi oración. (...) Porque sólo Tu Señor aseguras mi descanso...”

Todos somos pecadores y frágiles capaces de lastimar a Jesús, a nuestros hermanos, continuamente caemos en estas faltas, lo importante es verlo, aceptarlo para acudir al Señor y pedir su Misericordia. Si nosotros no tratamos de hacer este examen de conciencia, podemos desaprovechar las gracias que Dios puede otorgarnos para vivir en la verdad y aprovechar así el Sacrificio que hizo para salvarnos.
Por esto San Juan nos invita, en la segunda lectura, a que no pequemos, pero nos dice que si alguno de nosotros pecamos, recordemos que tenemos a Alguien que nos defiende. Aquél a quien lastimamos es el mismo que entregó su vida para defendernos y salvarnos. Defendernos de nosotros mismos, de nuestra capacidad al mal, de nuestras miserias y pecados, nos salva de nuestro propio pecado, nos defiende del mal que hay en nosotros.
Si nosotros somos cada vez mas conscientes de esta verdad, de que Jesús murió por mi pecado, para salvarme de mi pecado, querremos, movimos por la gracia que nos viene de la Cruz, cumplir aquello que El nos pide. Pero esto hermanos, es un proceso, por esto es importante siempre estar pendientes de nuestro corazón de vigilar nuestro corazón como decía

San Juan Pablo II, debemos tener una vigilancia del corazón lo mas seguido que podamos para entregarle a Jesús la verdad que ahí encontremos y pueda una y otra vez salvarnos de lo que vemos. Así acudimos a la Misericordia de Dios.
Si logramos habituarnos a hacer este examen de conciencia en nuestro actuar y pensar, y si cada vez somos mas conscientes de nuestra verdad y de la verdad de Dios, de la verdad de que fallamos y de que somos frágiles a cada momento pero que precisamente por esto Dios nos ofreció la vida de su Hijo para salvarnos, entraremos en esa paz que nos libera, esa paz de la que habla Jesús al encontrarse con sus apóstoles después de la Resurrección, porque al ver y al aceptar nuestra verdad comprenderemos cada vez mejor, iluminados por la gracia de Dios, que Jesús vino a salvarnos de eso que vemos, de eso que somos, viene a salvarnos de nosotros mismos, de nuestras propias miserias, y es precisamente cuando vemos esta verdad y la verdad del amor de Dios como aprovechamos el Sacrificio que El hizo para salvarnos.
Si nosotros creemos que somos buenos y que nunca fallamos, en esa medida nos cerramos al Sacrificio de Jesús por nosotros.
Nos puede ayudar mirar a Jesús en la Cruz y pensar que, fue necesario tan grande Sacrificio porque así de grandes son o podrían ser mis pecados propios. De esta manera hermanos, cuando Dios nos de la gracia de reconocer algún mal en nuestro corazón, tendremos la confianza de que Dios quiere que veamos nuestra verdad para aprovechar el Sacrificio de su Hijo, para entregarle ese mal que vemos y sea lavado por la preciosa sangre de Jesús, esta es la única manera de aprovechar la Redención, de aprovechar el sufrimiento de nuestro Señor Jesucristo, porque si creemos que no tenemos pecado, entonces podríamos pensar que no necesito a Alguien que me defienda y que me salve.
Pidamos a María, llena de gracia, quien era consciente de su total debilidad nos dejemos formar por Ella para ver con mas claridad la verdad de nuestra alma y, sencillos y humildes como Ella acudamos a su Hijo para aprovechar la Salvación que nos consigue por medio de su Sacrificio.
Pidámosle también a nuestro hermano san Juan Diego que nos ayude a reconocer la verdad de nosotros así como él lo hizo y, una vez viendo esa verdad podamos entregarnos verdaderamente a Santa María de Guadalupe para que Ella nos haga humildes y nos capacite para poder cumplir con la misión que Dios nos tiene designada a cada uno de nosotros.
Que así sea! 


Del directorio homilético


CEC 1346-1347: la Eucaristía y la experiencia de los discípulos en Emaús
CEC 642-644, 857, 995-996: los Apóstoles y los discípulos dan testimonio de la Resurrección 

CEC 102, 601, 426-429, 2763: Cristo, la llave para interpretar las Escrituras
CEC 519, 662, 1137: Cristo, nuestro abogado en el cielo 

Jesús nos salva derramando la última gota de su Sangre y Agua

Fiesta de la Misericordia
Reflexión para la Homilía del 8 de abril de 2018,
Segundo Domingo de Pascua

Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,32-35. 
Salmo 118(117),2-4.16ab-18.22-24. 
Epístola I de San Juan 5,1-6. 
Evangelio según San Juan 20,19-31.

En la Primera Lectura los Hechos de los Apóstoles nos comparte que, después de la Resurrección del Señor los creyentes vivían teniendo un solo corazón y una sola alma, no consideraban sus bienes como propios, sino que todo era en común entre ellos y todo lo ponían a disposición de los Apóstoles para que se distribuyeran a cada uno según sus necesidades. ¡Que bueno sería que viviéramos siempre con esa alegría profunda como cuando los primeros creyentes acababan de vivir la Resurrección del Señor! Imagínense que a nosotros nos hubiera tocado vivir en la época de los Apóstoles y acabara de pasar la pasión, muerte y resurrección del Señor, sería la noticia que estaría de boca en boca, no dejaríamos de hablar de este Acontecimiento y seguramente pondríamos al servicio de los apóstoles nuestros vienes para ayudarlos a vivir y a proclamar lo sucedido.
Porque como el Salmo nos dice: el amor de Dios es eterno, la mano de Dios es poderosa, resucitó a su Hijo de entre los muertos para darnos vida y abrirnos las puertas del Cielo otorgándonos el perdón de los pecados y la paz que surge de esta reconciliación que nos alcanza su sacrificio, dándonos también con esto, la libertad de hijos de Dios. Así mismo nos otorga diferentes carismas, como a los apóstoles y nos da una vida dentro de la Iglesia que es Una y es Madre. Regocijémonos como dice el Salmo con todos los regalos que Dios nos dio y que nos trae con la Resurrección de su Hijo.
En la primea Epístola de San Juan, escuchamos que el que cree en que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios, y que el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él y fíjense en algo muy importante: nos dice esta lectura que el que ama a los hijos de Dios se comprueba por una señal: la señal de que amamos a los hijos de Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga... Si amamos a los hijos de Dios se comprueba porque cumplimos con los mandamientos de Dios. ¡Sí! porque los mandamientos de Dios se resumen en amarlo a Él y al prójimo como Él mismo nos ha amado, entonces, si de verdad amáramos a nuestros hermanos, como Dios nos pide, no faltaríamos a ninguno de los mandamientos de Dios, porque los mandamientos se resumen en el Amor, si amáramos a nuestros hermanos no les mentiríamos, si los amara, no les levantaría falsos testimonios, nunca le faltaríamos el respeto a nuestros padres, nunca faltaríamos a Misa, nunca mataríamos, nunca desearíamos a la mujer del prójimo ni las cosas ajenas, ni cometeríamos adulterio, nunca robaríamos, etc, etc., etc., y con esto amaríamos a Dios por sobre todas las cosas. Dios es el amor mismo y dejándonos amar por Él es como obtenemos Su Amor para darlo a los demás. Dejarnos amar por El es aprovechar la Redención confesándonos, comulgando... Y entonces, vemos que, al no cumplir con los mandamientos de Dios, comprobamos que no somos capaces de amar verdaderamente a nuestros hermanos como Dios nos lo pide. Entonces entendemos

con mayor claridad que, por esta misma debilidad y tendencia al pecado, por esto mismo fue necesario que Jesús muriera por nosotros, porque nosotros no tendríamos posibilidad de llegar al cielo sin su mediación, sin su Sacrificio, nosotros por nosotros mismos no somos capaces de amar verdaderamente.
Y por esto mismo hermanos, para poder cumplir los mandamientos de Dios:
Primero tenemos que vivir en la verdad de que, sin el Sacrificio de Jesús no tendríamos oportunidad de salvarnos, y
Segundo: debemos saber que, sin la gracia de Dios, nosotros no somos capaces de amarnos como Dios nos pide que lo hagamos.
Jesús por el derramamiento de su Sangre y de su Agua nos lava y nos da la oportunidad de dejarnos alcanzar por su Misericordia. La Misericordia de Dios se revela en la prueba máxima del Amor que es dar la vida por nosotros. Por esta razón Dios escogió a una monja polaca, Faustina Kowalska para ayudarnos a reconocer que la Misericordia de Dios es su más grande atributo, para que cualquier pecador, incluso el mas grande pecador, teniendo confianza en Dios, sepa que puede dejarse abrazar por Su Misericordia.
En el Santo Evangelio San Juan nos narra dos apariciones de nuestro Señor a sus discípulos. En la primera aparición el Señor les habla del Sacramento de la Reconciliación y les da el poder de perdonar los pecados y les dice que lo que perdonen quedará perdonado y lo que no, no será perdonado. En esta aparición no estaba Tomás, y como bien escuchamos Tomás dijo que no creería si no tocaba las heridas del Señor. Así, en la segunda aparición Jesús, deseándoles la paz que surge de Él mismo, llama a Tomás a tocar sus heridas y a meter su dedo en su costado diciéndole, no seas incrédulo sino creyente. Todos estos signos hermanos, son signos de la Misericordia de Dios: el que Jesús se hace hombre para dar su vida para salvarnos hasta salir la ultima gota de su Sangre y su Agua para decirnos que nos ama hasta el extremo, el invitar a Tomás a comprobar por su falta de fe, en que sí era ÉL el Resucitado. Y Jesús, cuando le dijo a Tomás nos dice también a nosotros: “no seas incrédulo sino creyente”, porque hermanos, si creyéramos verdaderamente, estaríamos saltando de gusto y comunicando la noticia de que Jesús está vivo como si fueran aquellos primeros tiempos. Al final, la lectura del Evangelio termina diciéndonos que Jesús realizó muchos otros signos en presencia de sus discípulos que no se encuentran relatados en este Libro y que estos se han escrito para que nosotros creamos que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengamos vida en su Nombre.
Hermanos, reconozcamos que nos falta fe, acordémonos también que San Juan Diego, quien no tenía suficiente fe en que por medio de él se podía llevar a cabo el plan de Dios que le comunicaba a través de María, sufrió las consecuencias de su falta de fe, pero María lo fue llevando a tener la disposición adecuada para recibir el don de la fe verdadera, y entonces, se obró el milagro. Pidámosle a Santa María de Guadalupe, quien nos trae a Jesús vivo en su vientre, nos eduque y nos forme como a San Juan Diego para que tengamos algún día la disposición adecuada para recibir el don de la fe verdadera y no seamos incrédulos en que Dios puede hacer todo en nosotros apoyándose en nuestra debilidad.
Pidamos también la intercesión de quien ya nos precedió en este camino, pidamos a San Juan Diego nos acompañe en el camino que él ya conoce y que nos ayude a dejarnos educar por María como él lo hizo y así podamos hacer con el poder de Dios lo que El nos diga. 

Del Directorio Homilético


Segundo domingo de Pascua
CEC 448, 641-646: las apariciones de Cristo resucitado
CEC 1084-1089: la presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia
CEC 2177-2178, 1342: la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988: nuestro nacimiento a una nueva vida en la Resurrección de Cristo 

CEC 926-984, 1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329, 1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales 

Santa María de Guadalupe nos ayuda a abrirnos al Espíritu Santo que Dios nos envía

Santa María de Guadalupe nos ayuda a abrirnos al Espíritu Santo que Dios nos envía Reflexión para la Homilía del 26 Mayo de 2019 Tiempo...