En Santa María de Guadalupe habita la Santísima Trinidad
Reflexión para la Homilía del 27 de mayo de 2018,
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Tras las huellas de San Juan Diego

Deuteronomio 4,32-34.39-40. 
Salmo 33(32),4-5.6.9.18-19.20.22. 
Carta de San Pablo a los Romanos 8,14-17. 
Evangelio según San Mateo 28,16-20.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, las Tres Personas en un solo Dios verdadero: El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, hemos estudiado todos en el catecismo.
¡Dios es Familia! y, en la Santísima Trinidad existe una relación de puro Amor, un amor que no es como el amor humano, como el que conocemos nosotros muchas veces fracturado y herido, sino que existe, entre las Tres Personas Divinas, el Amor Verdadero, el Amor Puro, el Amor de donación perfecta. Del Amor del Padre conocemos por la Palabra que nos dice: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que el que crea en Él tenga vida eterna”. Jesús, Dios Hijo, responde al Amor del Padre a tal grado que, por Amor a Él y a nosotros, ofrece voluntariamente despojarse de su condición divina, dejar su trono en el Cielo para abajarse y tomar la misma condición humana, ofrece darnos Su vida; y como fruto del Amor entre el Padre y el Hijo, nace el Espíritu Santo que nos es dado para habitar en nosotros y acompañarnos en el camino de regreso al Padre. ¡Que maravilla de relación entre la Santísima Trinidad se nos ofrece!
La Primera lectura me hizo recordar el Acontecimiento que Dios hizo hace casi 500 años aquí en México, sabemos que el Papa Benedicto XIV adjudicó al pueblo mexicano el Salmo 147 que dice: “No hizo cosa igual con ninguna otra nación”, y efectivamente, el milagro sostenido en el tiempo por Dios de la Presencia de Santa María de Guadalupe, no se ha repetido, ni ha habido un milagro parecido en nación alguna. ¡En ningún lugar ha sucedido cosa semejante! y, la Primera Lectura nos transporta a aquellos años en los que San Juan Diego se encontró con una Mujer vestida como el Sol, y la lectura nos dice: “¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como lo oíste tú, Juan Diego, como lo oíste tú, pueblo mexicano, y pudo sobrevivir? O ¿qué dios, continua la lectura, intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de otra, (como hizo nacer a México de dos pueblos) con milagros, signos, prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo fuerte, y realizando tremendas hazañas como el Señor, tu Dios, que por medio de Santa María de Guadalupe hizo nacer una nación? Si bien en la Primera Lectura se hace referencia a Egipto, podemos referir perfectamente esto al pueblo mexicano, porque Dios hizo esto mismo, porque Santa María de Guadalupe se presentó vestida como el Sol delante de los indígenas y españoles y les habló y nos habla hoy, del Verdadero Dios por Quién se vive. Y termina la Primea Lectura diciéndonos: “Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tu y tus hijos”; hermanos, Dios nos invita a abrir los ojos y observar y escuchar a Santa María de Guadalupe quién apareció vestida como el sol, dándonos el mensaje de Dios, como el que viene del fuego, porque por medio de Ella Dios nos muestra su Amor maternal. Si Dios nos hablara directamente, probablemente sería ya el fin de los tiempos, pero ahora sabemos que Dios escoge hablarnos también a través de Su Madre y nuestra Madre María, específicamente a través del amor vivo

de Jesús en Santa María de Guadalupe. Dios Padre nos envía a María por medio del Espíritu Santo, y Ella se presenta con Jesús vivo en su vientre, y podemos así comprobar como Ella es Templo, Trono y Sagrario de la Santísima Trinidad.
Podemos corroborar también en el Salmo de hoy que nos dice que la tierra está llena del Amor de Dios y, María vive en esta tierra y en Ella está el Amor perfecto de la Santísima Trinidad y es este Amor el que Dios quiere transmitirnos, a través de su Madre. Vemos como la tierra está llena de su Amor también a través de este hecho, del Acontecimiento Guadalupano que nos sigue hablando hoy.
Por otro lado es bueno reflexionar en lo que dijimos al principio: en que Dios es Familia; Dios, Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo y, se encarna en una familia, en la Familia de Nazaret, y al morir en la Cruz, culmina fundando una familia, que somos todos nosotros, la Iglesia. Es en el nacimiento de esta familia, la Iglesia, que nos hace hijos y hermanos, y herederos de la herencia del Cielo. Previo a esta herencia, en el momento del testamento en la Cruz, Jesús nos confía a María para que Ella nos enseñe el camino, como se lo enseñó a San Juan y a San Juan Diego.
En la lectura del Evangelio vemos cómo Jesús envía a sus discípulos a bautizar en el nombre de la Santísima Trinidad: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y les dice y en ellos nos dice también a nosotros: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. ¿Saben como Dios nos acompaña? A través de su Presencia en nuestros hermanos, en las familias, pero también de forma extraordinaria en todos los Sacramentos, siendo la Eucaristía la fuente y el culmen de la vida cristiana; pero, Dios nos acompaña también de una forma especial a través de Su Presencia Trinitaria presente en la Santísima Virgen de Guadalupe, sí, María está viva en el Tepeyac a través de la tilma de San Juan Diego, y si Ella está viva y embarazada, quiere decir que Jesús también está vivo en Santa María de Guadalupe y, todo esto sucede por Voluntad el Dios Padre y por acción del Espíritu Santo. Así que al estar enfrente de la imagen de la Virgen de Guadalupe, nos encontramos con la esencia y el resumen de la doctrina cristiana: La Santísima Trinidad, por el amor entre las Tres personas nos dona la vida de Cristo, el Hijo y en la Cruz Él mismo nos confía a María. María, en su imagen nos muestra la ofrenda de la vida de su Hijo, Jesús mismo nos enseña la importancia de la Ofrenda de Su vida por nosotros y a esta ofrenda de Su vida se le une la ofrenda del dolor de María, de un grande dolor, pero también de un grande Amor por la humanidad. Observando su imagen entendemos pues la Ofrenda, la Eucaristía que es lo fundamental de la vida cristiana.
En esta fiesta de la solemnidad de la Santísima Trinidad, acudamos a Santa María de Guadalupe en quien Dios Uno y Trino habita. Dejémonos llevar y amar por Ella como San Juan Diego lo hizo que, apoyado en la experiencia de su poquedad, de su nada, pero que, al mismo tiempo profundamente convencido de la mirada de Amor de Dios por medio de María, fue transformado y capacitado para cumplir la voluntad de Dios. Agradezcamos entonces con gran fuerza a Dios todo su Amor, el Amor inimaginable que nos otorga a través del Amor de la Madre, y dejemos que Su Amor nos reconfigure, nos capacite y nos fortalezca para cumplir fielmente la voluntad de Dios en nuestras vidas. Pidamos a María por todas las familias, la familia mexicana y la gran familia de la Iglesia. Que así sea. 

María, llena del Espíritu Santo nos acompaña y nos prepara para recibirlo

María, llena del Espíritu Santo nos acompaña y nos prepara para recibirlo
Reflexión para la Homilía del 20 de mayo de 2018.
Solemnidad de Pentecostés
Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
Salmo 104 1ab.24ac.29bc-30.31.34
Carta de San Pablo a los Gálatas 5, 16-25.

Queridos Hermanos,

“Conviene que yo me vaya” les dijo una vez Jesús a sus discípulos, “porque así les enviaré al Espíritu Santo quien les recordará todo lo que Yo les he enseñado”. Y así fue. Los apóstoles estuvieron esperando en la compañía de María el día de Pentecostés. Cuando llegó el momento, nos lo narra el Libro de los Hechos de los Apóstoles, fue algo maravilloso.  Todos los que estaban reunidos, así como nosotros ahora, quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas lo que el Espíritu Santo les permitió expresar. Dice la lectura que al oír un ruido del cielo, semejante al de una ráfaga de viento, todos se reunieron para ver qué pasaba. Y así fue, recibieron el don del Espíritu Santo que Jesús les había prometido. Entonces todos estaban maravillados por lo que veían y oían y todos sorprendidos se alegraron de las maravillas que escuchaban.

El Salmo nos invita a dos cosas, a reconocer y a cantar la alabanza al Señor precisamente por su grandeza, por su poder, por su fidelidad, por sus obras, porque toda la tierra está llena de sus criaturas. El salmo nos invita a dar gloria a Dios reconociendo que Él es quien da la vida, la sostiene y que todo y todos dependemos de Él.

En la carta de San Pablo, recibimos un exhorto, un consejo de él muy importante, nos invita a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios, y de esta manera a no dejarnos conducir por los deseos de la carne. Nos enseña que la carne está contra el espíritu y el espíritu contra la carne, que ciertamente hay una lucha entre ambos, pero esta lucha se da en nosotros mismos, en nuestro interior, y podemos reconocer esto muchas veces por las caídas y otras veces más por las tentaciones que se llevan a cabo en nuestra vida, en nuestra propia experiencia. Y San Pablo sabe bien que por esta lucha que hay en nosotros entre el Espíritu y nuestra carne, es la razón por la cual los hombres, nosotros, no podemos hacer todo el bien que quisiéramos.

                  ¿Cuántas veces no nos pasa que, queriendo no hacer algo, caemos? ¿Cuántas veces luchamos por no lastimar a alguien con nuestro trato, con nuestros gestos, con nuestras palabras y, cuando vemos, ya los lastimamos? Valdría la pena también preguntarnos a nosotros mismos cuántas veces caemos en tentación de ver cosas que no son buenas para nuestra mente, para nuestro corazón, para nuestra relación con Jesús y con los demás? Ó ¿cuántas veces criticamos a los demás o los difamamos? Todo esto hermanos es porque hay esta lucha en nuestro interior entre el espíritu y la carne, y por eso San Pablo nos dice que a veces no podemos hacer el bien que queremos. Sin embargo, también nos dice que si estamos animados por el Espíritu ya no estamos sometidos a la ley del pecado y nos dice cuales son las obras de la carne: la fornicación, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la superstición las enemistades y las peleas, las rivalidades y las violencias, las ambiciones, las discordias, las envidias, las ebriedades, las orgías y todos los excesos de esta naturaleza. Y dice muy claramente que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Entonces hermanos, ¿qué hacer?, si por un lado vemos que se nos ha dado al Espíritu de Dios, y por el otro vemos que en nuestro interior se presenta también en contra del Espíritu las obras de la carne por nuestra inclinación al mal, entonces, ¿qué hacer para que sea más el Espíritu el que habite en nosotros y no nuestra mala inclinación? Antes que nada hay que aceptar que esto es una verdad, que aun recibiendo el don del Espíritu Santo, muchas veces ganan mas nuestras inclinaciones al mal. Sin embargo, las respuesta ante la pregunta de ¿qué hacer entonces? Nos las da el mismo San Pablo: “déjense conducir por el Espíritu Santo”, porque los que le pertenecen a Cristo Jesús, sus pecados han sido crucificados junto con Él en la cruz. Entonces para dejarnos conducir por el Espíritu de Dios, debemos hacer tres cosas:

1.- Aceptar la verdad de nuestras caídas y tentaciones, de que tenemos inclinación al mal y de que a veces caemos.
2.- Inmediatamente, después de la caída primero debemos pedirle perdón a Dios, en nuestro corazón y después,  buscar aun padre para recibir el perdón de Jesús quien ya nos conoce y quien ama perdonarnos.
3.- Orar, para que cada vez estemos más abiertos al don el Espíritu de Dios en nuestras vidas. Si nosotros acudimos lo mas pronto posible ante nuestras fragilidades y caídas a Dios de esta manera, más pronto nos abriremos cada vez mas a su actuación, y así, se podrán empezar a dar en nuestra vida los frutos de Espíritu que son: amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, templanza, etc.

Recordemos que ante la espera del Espíritu Santo los apóstoles estuvieron acompañados y fortalecidos por la presencia de María.  Antes de la venida del Espíritu Santo ellos tenían miedo, no se atrevían a salir ni a realizar el mandato de Jesús de ir por todo el mundo. Ella con seguridad fue un gran apoyo para que no desesperaran ante la espera de la venida del Espíritu Santo. Y con seguridad los consolaba mientras ellos veían y vivían su miedo. María es clave en el camino del reconocimiento de nuestras fragilidades.

Las lecturas de hoy nos enseñan cuál es el camino. El camino es querer abrir nuestro corazón para primero ver la verdad que Dios quiere que veamos, y para eso nos envía a su Espíritu y la compañía de María. El Santo Evangelio nos dice que Jesús les dijo: “El Espíritu Santo les mostrará la verdad, dará testimonio de mi y ustedes también darán testimonio de mi”. ¿Ven las importancia de querer estar abiertos a la acción de Dios en nuestra vida? Los invito a que tratemos de ver nuestra verdad, entregársela a Dios por medio de María, Ella nos acompaña en el proceso del reconocimiento de esta verdad que Dios quiere que veamos y sobre todo que aceptemos, y así como los apóstoles fueron acompañados y sostenidos por María, nosotros también estamos invitados a dejarnos acompañar y sostener por Ella. Lo vemos también con el ejemplo de la vida de San Juan Diego, él fue acompañado por María en el proceso del reconocimiento de su verdad, llegó a conocer su verdad a tal punto de darse cuenta de que quería resolver sus problemas por él mismo, y para esto tenia que darle la vuelta a María, escoger otro camino, irse por otro lado contrario al plan de Dios para él. Pero él también recibió el apoyo de María, recibió la compañía de Ella hasta que Ella misma consiguió la actitud adecuada de San Juan Diego para recibir el don de la fe verdadera. Y fue entonces cuando San Juan Diego, fortalecido como los apóstoles, fue capaz de cumplir con la misión que le fue encomendada.

Vemos pues hermanos que este es el camino para todo cristiano, reconocer la verdad que nos muestra el Espíritu Santo en medio de nuestras circunstancias y experiencias, para que, aceptándola, acudamos a María y, Ella, como lo hizo con los apóstoles y con San Juan Diego, haga con nosotros lo mismo, nos acompañe, nos fortalezca, nos transforme y nos haga así capaces, con la fuerza de Dios y con el reconocimiento de nuestra nada y debilidad, cumplir con la misión que Dios espera de nosotros. Pidamos entonces a nuestra Madre Santa María de Guadalupe nos abramos como Ella a recibir al Espíritu Santo y pidamos también a San Juan Diego, no muestren el camino de docilidad y entrega a Ella, para que Ella nos muestre a Cristo y en Cristo conozcamos al Padre

Amén.

El Espíritu Santo y el papel de María en el proceso de nuestra santificación.

Agradezcamos a Dios el don del Espíritu Santo y el papel de María en el proceso de nuestra santificación.
Reflexión para la Homilía del 13 de mayo de 2018, 
Solemnidad de la Ascensión del Señor
Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de los Hechos de los Apóstoles 1,1-11. 
Salmo 47(46),2-3.6-9.
Carta de San Pablo a los Efesios 4,1-13. 

Evangelio según San Marcos 16,15-20.

La Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra y nos comparte justo el día de la Ascensión de nuestro Señor. Pongamos atención a dos hechos:
  1. 1)Jesús,unavezresucitado,se les estuvo apareciendo a los apóstoles durante cuarenta días, y con esto les estuvo dando numerosas pruebas de que Él está vivo.
  2. 2)  El segundo hecho es que uno de esos días en el que se les apareció y, mientras cenaba con ellos, les dijo que no se separaran de Jerusalén y que esperaran la promesa que les había hecho, la de recibir al Espíritu Santo. Justo después de decirles esto, los que estaban reunidos con Él le hicieron la pregunta de que si ya había llegado el momento de la restauración de Israel, pero Jesús les contestó: “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad, pero recibirán al Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y serán mis testigos”. Esto debe hacernos pensar que no es tan importante saber cuándo será la restauración total del pueblo de Dios, la segunda venida de Jesús, sino que lo importante es estar cerca de la Iglesia para recibir el Espíritu Santo, para que restaure nuestro corazón y con esto poder ser testigos de Dios en el mundo. ¿cómo estar siempre cerca de la Iglesia para estar abiertos al Espíritu Santo y para que restaure nuestro corazón? Lo más importante es nuestra voluntad, tratar de decirle sí a Dios a todo lo que el espera de nosotros. ¿cómo le decimos “sí” al Señor?, practicando lo que Él nos pide, pero para poder vivir como El quiere y ser verdaderos testigos de Jesús, necesitamos alimentarnos de Él, por medio de su Palabra y por medio de los Sacramentos, de todos, especialmente debemos estar en contacto continuo con el Sacramento de la Reconciliación y con el Sacramento de la Comunión. Así es que una forma práctica de decirle sí a Dios: “aquí estoy y quiero que me llenes con la Sabiduría que viene de tu Espíritu Santo” es acudiendo a Misa, como hoy, pero, si alguien se siente llamado a querer recibir más frecuentemente a nuestro Señor en su corazón, podría acudir a recibirlo diario. Esta es una manera práctica de no separarnos de Jerusalén, de estar cerca de la Iglesia en espera de nuestra restauración, de nuestra
    conversión, de nuestra santificación.
    El Salmo de hoy nos invita a estar alegres por el triunfo del Señor, que resucitó y venció a

    la muerte y Ascendiendo nos abrió las puertas del Cielo.
    En la segunda lectura San Pablo nos invita a la unidad, nos enseña que todos somos uno
en Cristo y que aún teniendo cada uno dones diferentes y miserias diferentes todos conformamos una unidad. En esta unidad nos exhorta también a vivir la paz y nos dice con palabras precisas: “sopórtonse mutuamente con amor” unos a otros. Esto quiere decir que San pablo sabía muy bien que por las diferencias que tenemos entre unos y otros, amarnos así

como somos, entre nosotros, no es tan fácil, y por eso utiliza la palabra “sopórtense”. Pero al final de su carta nos da la esperanza de que algún día llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, es decir llegaremos al estado de hombre perfecto, es decir llegaremos a la santidad. Es el Espíritu Santo quien obra nuestra santificación, por eso es importante abrirnos a su actuación en nuestra vida, colaborar con Él, Él es quien nos acompaña en el proceso de nuestra transformación de nuestra restauración en Cristo, porque todos, sin excepción, como también lo dice el Papa Francisco en su nueva exhortación, estamos llamados a ser santos. La santidad de cada uno de nosotros es nuestra vocación.
¿Por qué es importante que sepamos que estamos llamados a ser santos? Porque sabiendo esto podemos abrirnos y querer cooperar con la acción del Espíritu Santo que nos es dado en esta tarea que sólo Él realiza. Si nosotros colaboramos con Él, podremos volvernos más dóciles a su actuación en nosotros para poder ser así testigos del Señor en el medio que nos rodea.
Hermanos, no se nos olvide que nacimos para ir al Cielo, nacimos para volvernos uno con Cristo, para estar tan unidos a ÉL que nos parezcamos a Él. Esta es la vocación de cada hombre en el mundo, lo sepa o no, trabaje en ello o no, colabore o no, todos, por obra del Espíritu Santo, vamos caminando hacia la santidad a la que hemos sido llamados.
¿Qué es la santidad? La santidad bien entendida es la vida en la verdad. La única verdad que existe es que nosotros sin Dios, nada podemos, pero con El, podemos todo, porque en el conocimiento y en la aceptación de nuestra debilidad, de nuestra impotencia, de nuestra fragilidad y de nuestro pecado, es como se abre nuestro corazón a pedirle TODO a Dios, y es entonces cuando Dios puede actuar en nosotros, es cuando se puede mostrar la fuerza de Dios, porque, en la medida en la que yo me creo fuerte y capaz, en esa medida imposibilito que Dios actúe, porque si creo que puedo, entonces no necesito a Dios y no lo llamo, y entonces Él, siendo un caballero que respeta nuestra libertad, no acude.
Por esto hermanos, debemos agradecer a Dios que haya muerto, resucitado y ascendido al Cielo, porque así nos envío al Espíritu Santo que nos acompaña, quien vive en nosotros y, si nosotros nos abrimos a la verdad y a la Presencia de Dios en nuestro interior, El podrá hacer incluso milagros, porque El es Todopoderoso, y todo lo puede.
Así que no nos desanimemos cuando veamos nuestra caídas, nuestras fragilidades, nuestro pecado, nuestras miserias, vayamos corriendo a los pies de Jesús por medio de los Sacramentos, acerquémonos a Él con confianza y así, cuando reconozcamos nuestra caída, podremos reconocer también el Amor tan grande que nos tiene, y entonces podremos experimentar su fuerza en nosotros. Pero para que esto suceda es necesario vivir en la verdad, es necesario aceptar que somos débiles y que a veces cometemos pecados. Así le pasó a San Juan Diego, el reconoció que estaba huyendo de María, que ya no quería seguir con su misión, reconoció que quería resolver el sólo su problema, y fue entonces, cuando reconoció su debilidad y la aceptó que se entregó totalmente a María y fue cuando se obró el milagro que Dios quería que se llevara a cabo.
Acudamos a María nuestra Madre con confianza, Ella tiene la tarea de parte de Dios de transformarnos, de capacitarnos y de llevarnos al encuentro con su Hijo. Ella lo hizo así con san Juan Diego y quiere también hacerlo en nosotros para que una vez transformados en Cristo por el amor, podamos cumplir con la misión de ser testigos del Amor de Cristo con nuestros hermanos.
Demos gracias por tantos dones que nos otorga nuestro Padre. Amén. 



Del directorio Homilético:

CEC 659-672, 697, 792, 965, 2795: la Ascensión 

Santa María de Guadalupe nos capacita para cumplir con la misión de dar nuestra vida por los demás 6 de mayo


Santa María de Guadalupe nos capacita para cumplir con la misión de dar nuestra vida por los demás

Reflexión para la Homilía del 6 de mayo de 2018,
Quinto Domingo de Pascua

Tras las huellas de San Juan Diego
Libro de los Hechos de los Apóstoles 10,25-26.34-35.44-48. Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.
Epístola I de San Juan 4,7-10.
Evangelio según San Juan 15,9-17.



Queridos hermanos:
La Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles narra el encuentro entre Cornelio y Pedro. Cornelio se hecha a los pies de Pedro y él lo levanta y le dice: “Levántate porque yo no soy más que un hombre”.
En Primer lugar me vienen a la mente dos valiosas enseñanzas:
1) Es tan importante la humildad que, cuando nosotros somos conscientes de algún don que nos haya sido otorgado por nuestro Padre Dios, debemos siempre recordar cómo pensaba Pedro de él mismo, “yo no soy más que un hombre, una mujer...” Hay que tratar de huir, de alguna manera, aunque sea en nuestro interior o en nuestro pensamiento de las alabanzas, ya que éstas nos ponen en riesgo de apropiarnos de los dones de Dios y de “robarle” a Él su gloria.
La segunda enseñanza es:
2)
El hacer ídolos y ver las obras de Dios a través de los hombres como si fueran de

ellos, olvidándonos del Dador, es una tentación muy frecuente.
Por otro lado y en segundo lugar, podemos reflexionar sobre la alegría que le provoca a Pedro ver que Dios no hace distinciones entre sus hijos y envía el Espíritu Santo a todo aquél abierto a Dios, no importa si son paganos o judíos, el Espíritu Santo es un don para todos los que quieran recibirlo.
Por esto la lectura del Salmo de hoy nos invita a un cántico de júbilo porque Dios hace maravillas, derrama su Espíritu a todos y no hace distinciones. Así Dios manifiesta su victoria, revela su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad a favor del pueblo Israel.
En la Epístola Primera de San Juan, en la Segunda Lectura nos encontramos con el amor de Dios. El Salmo nos dijo que Dios se acordó se su amor y el Espíritu Santo es fruto del Amor de Dios mismo quien se nos da en la Persona de su Hijo. Dios es Amor y por que Dios es Amor nos entrega a su Hijo para salvarnos, y es por esto que, una vez habiéndonos entregado a su Hijo y habiendo Este dado su vida por nosotros, Dios se atreve a pedirnos que nos amemos los unos a los otros. El amor procede de Dios y si ya nos fue dado Su amor en la Persona de Cirsto, quiere decir que esto nos capacita para poder amarnos. Si Dios no hubiera derramado su amor para nosotros por medio de Su Hijo, ¿cómo podría perdirnos que nos amáramos los unos a los otros, ¿de dónde podríamos sacar nosotros la fuerza para amar como

El ama? Y por esto esta carta nos dice al final que el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero y envió a su Hijo como víctima para salvarnos de nuestros pecados. Dios nos da primero su amor y con esto nos capacita para que, una vez habiéndolo recibido, podamos con éste, amar a los demás.
Por esto en el Santo Evangelio vemos cómo Jesús nos dice muy claro: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes” y nos pide que permanezcamos en su amor. Jesús nos dice esto para que, permaneciendo unidos a El, Su gozo sea el nuestro también y para que sea un gozo perfecto.
También nos dice, “ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y, con esto nos vuelve a decir que, la única manera de amar como El nos pide entre nosotros es recibiendo primero el Amor que nos da y permaneciendo en él. Nos manda amarnos como El nos ama y nos dice que no hay amor mas grande que el que da la vida por sus amigos. También nos deja claro que, nosotros no somos capaces de elegir a Cristo, ¡no caigamos en esta ilusión!, si lo escogemos, si decidimos acercarnos, venir a Misa, acercarnos a la confesión, a la oración, si nosotros decidimos seguirlo más de cerca, por ejemplo a través de la vida consagrada, o de la vida sacerdotal, todo esto es resultado de que El nos amó primero. También nos dice que no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos y que nosotros no somos los que elegimos a Cristo sino que el nos eligió primero y, nos destinó para que, unidos a El, permaneciendo en su Amor, demos fruto. El espera de nosotros un fruto abundante y durardero.
Luego entonces vemos que, si Dios espera un fruto durardero de nosotros debemos siempre permanecer unidos al Amor de Dios y aprovechar el Amor que nos da, para que de esta forma, se lleve a cabo en nosotros el mandamiento del Señor de amarnos como El nos ha amado. Solo permaneciendo en el Amor que Él continuamente derrama sobre nosotros seremos capaces de amar con ese Amor como El ama.
Hermanos, San Juan Diego, hermano mayor nuestro, fue elegido por Dios desde antes de que naciera para cumplir con una misión. San Juan Diego fue capaz de amarnos al entregar el resto de su vida después del milagro de Santa María de Guadalupe, a transmitirnos el mensaje. Dios eligió primero a san Juan Diego, lo llamó, lo amó primero y él respondió al amor de Dios y con el Amor Maternal de Dios, expresado a través de María, fue trasformado y capacitado para poder dar, de cierta forma, su vida por nosotros.
Hermanos, tengamos la seguridad de que, si nos entregamos a María al ejemplo de San Juan Diego, Ella podrá transformarnos y capacitarnos para cumplir con la misión que Cristo nos pide hoy: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”, “Ámense dando la vida los unos por los otros”.
Pidamos a San Juan Diego nos ayude a entregarnos verdadderamente a María para poder cumplir con nuestra misión.
¡Que así sea! 

Santa María de Guadalupe nos ayuda a abrirnos al Espíritu Santo que Dios nos envía

Santa María de Guadalupe nos ayuda a abrirnos al Espíritu Santo que Dios nos envía Reflexión para la Homilía del 26 Mayo de 2019 Tiempo...