El Espíritu Santo y el papel de María en el proceso de nuestra santificación.

Agradezcamos a Dios el don del Espíritu Santo y el papel de María en el proceso de nuestra santificación.
Reflexión para la Homilía del 13 de mayo de 2018, 
Solemnidad de la Ascensión del Señor
Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de los Hechos de los Apóstoles 1,1-11. 
Salmo 47(46),2-3.6-9.
Carta de San Pablo a los Efesios 4,1-13. 

Evangelio según San Marcos 16,15-20.

La Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra y nos comparte justo el día de la Ascensión de nuestro Señor. Pongamos atención a dos hechos:
  1. 1)Jesús,unavezresucitado,se les estuvo apareciendo a los apóstoles durante cuarenta días, y con esto les estuvo dando numerosas pruebas de que Él está vivo.
  2. 2)  El segundo hecho es que uno de esos días en el que se les apareció y, mientras cenaba con ellos, les dijo que no se separaran de Jerusalén y que esperaran la promesa que les había hecho, la de recibir al Espíritu Santo. Justo después de decirles esto, los que estaban reunidos con Él le hicieron la pregunta de que si ya había llegado el momento de la restauración de Israel, pero Jesús les contestó: “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad, pero recibirán al Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y serán mis testigos”. Esto debe hacernos pensar que no es tan importante saber cuándo será la restauración total del pueblo de Dios, la segunda venida de Jesús, sino que lo importante es estar cerca de la Iglesia para recibir el Espíritu Santo, para que restaure nuestro corazón y con esto poder ser testigos de Dios en el mundo. ¿cómo estar siempre cerca de la Iglesia para estar abiertos al Espíritu Santo y para que restaure nuestro corazón? Lo más importante es nuestra voluntad, tratar de decirle sí a Dios a todo lo que el espera de nosotros. ¿cómo le decimos “sí” al Señor?, practicando lo que Él nos pide, pero para poder vivir como El quiere y ser verdaderos testigos de Jesús, necesitamos alimentarnos de Él, por medio de su Palabra y por medio de los Sacramentos, de todos, especialmente debemos estar en contacto continuo con el Sacramento de la Reconciliación y con el Sacramento de la Comunión. Así es que una forma práctica de decirle sí a Dios: “aquí estoy y quiero que me llenes con la Sabiduría que viene de tu Espíritu Santo” es acudiendo a Misa, como hoy, pero, si alguien se siente llamado a querer recibir más frecuentemente a nuestro Señor en su corazón, podría acudir a recibirlo diario. Esta es una manera práctica de no separarnos de Jerusalén, de estar cerca de la Iglesia en espera de nuestra restauración, de nuestra
    conversión, de nuestra santificación.
    El Salmo de hoy nos invita a estar alegres por el triunfo del Señor, que resucitó y venció a

    la muerte y Ascendiendo nos abrió las puertas del Cielo.
    En la segunda lectura San Pablo nos invita a la unidad, nos enseña que todos somos uno
en Cristo y que aún teniendo cada uno dones diferentes y miserias diferentes todos conformamos una unidad. En esta unidad nos exhorta también a vivir la paz y nos dice con palabras precisas: “sopórtonse mutuamente con amor” unos a otros. Esto quiere decir que San pablo sabía muy bien que por las diferencias que tenemos entre unos y otros, amarnos así

como somos, entre nosotros, no es tan fácil, y por eso utiliza la palabra “sopórtense”. Pero al final de su carta nos da la esperanza de que algún día llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, es decir llegaremos al estado de hombre perfecto, es decir llegaremos a la santidad. Es el Espíritu Santo quien obra nuestra santificación, por eso es importante abrirnos a su actuación en nuestra vida, colaborar con Él, Él es quien nos acompaña en el proceso de nuestra transformación de nuestra restauración en Cristo, porque todos, sin excepción, como también lo dice el Papa Francisco en su nueva exhortación, estamos llamados a ser santos. La santidad de cada uno de nosotros es nuestra vocación.
¿Por qué es importante que sepamos que estamos llamados a ser santos? Porque sabiendo esto podemos abrirnos y querer cooperar con la acción del Espíritu Santo que nos es dado en esta tarea que sólo Él realiza. Si nosotros colaboramos con Él, podremos volvernos más dóciles a su actuación en nosotros para poder ser así testigos del Señor en el medio que nos rodea.
Hermanos, no se nos olvide que nacimos para ir al Cielo, nacimos para volvernos uno con Cristo, para estar tan unidos a ÉL que nos parezcamos a Él. Esta es la vocación de cada hombre en el mundo, lo sepa o no, trabaje en ello o no, colabore o no, todos, por obra del Espíritu Santo, vamos caminando hacia la santidad a la que hemos sido llamados.
¿Qué es la santidad? La santidad bien entendida es la vida en la verdad. La única verdad que existe es que nosotros sin Dios, nada podemos, pero con El, podemos todo, porque en el conocimiento y en la aceptación de nuestra debilidad, de nuestra impotencia, de nuestra fragilidad y de nuestro pecado, es como se abre nuestro corazón a pedirle TODO a Dios, y es entonces cuando Dios puede actuar en nosotros, es cuando se puede mostrar la fuerza de Dios, porque, en la medida en la que yo me creo fuerte y capaz, en esa medida imposibilito que Dios actúe, porque si creo que puedo, entonces no necesito a Dios y no lo llamo, y entonces Él, siendo un caballero que respeta nuestra libertad, no acude.
Por esto hermanos, debemos agradecer a Dios que haya muerto, resucitado y ascendido al Cielo, porque así nos envío al Espíritu Santo que nos acompaña, quien vive en nosotros y, si nosotros nos abrimos a la verdad y a la Presencia de Dios en nuestro interior, El podrá hacer incluso milagros, porque El es Todopoderoso, y todo lo puede.
Así que no nos desanimemos cuando veamos nuestra caídas, nuestras fragilidades, nuestro pecado, nuestras miserias, vayamos corriendo a los pies de Jesús por medio de los Sacramentos, acerquémonos a Él con confianza y así, cuando reconozcamos nuestra caída, podremos reconocer también el Amor tan grande que nos tiene, y entonces podremos experimentar su fuerza en nosotros. Pero para que esto suceda es necesario vivir en la verdad, es necesario aceptar que somos débiles y que a veces cometemos pecados. Así le pasó a San Juan Diego, el reconoció que estaba huyendo de María, que ya no quería seguir con su misión, reconoció que quería resolver el sólo su problema, y fue entonces, cuando reconoció su debilidad y la aceptó que se entregó totalmente a María y fue cuando se obró el milagro que Dios quería que se llevara a cabo.
Acudamos a María nuestra Madre con confianza, Ella tiene la tarea de parte de Dios de transformarnos, de capacitarnos y de llevarnos al encuentro con su Hijo. Ella lo hizo así con san Juan Diego y quiere también hacerlo en nosotros para que una vez transformados en Cristo por el amor, podamos cumplir con la misión de ser testigos del Amor de Cristo con nuestros hermanos.
Demos gracias por tantos dones que nos otorga nuestro Padre. Amén. 



Del directorio Homilético:

CEC 659-672, 697, 792, 965, 2795: la Ascensión 

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