“Abandonando los ídolos, se convirtieron al Dios vivo”
Reflexión para la homilía del Domingo 29 de Octubre de 2017 domingo 30 del tiempo ordinario
Hacia los 500 años del Acontecimiento Guadalupano
Hermanos, en la primera lectura del libro del Éxodo encontramos lo que Dios nos
pide hacer para amarlo a El y para amar al prójimo y entre estos consejos encontramos: no
hagas sufrir, no oprimas, no explotes, cuando prestes no cobres intereses, porque si haces
esto y a quien se lo hiciste clama a mí, yo lo escucharé, y saldré en su ayuda, porque soy
misericordioso.
Hermanos, cuántas veces hemos caído en hacer sufrir a alguien, en oprimir a los hijos,
en explotar a trabajadores a los mismos hijos también con cargas muy pesadas, cuántas veces
hemos prestado y cobramos intereses, cuántas veces caemos en aquello que Dios no quiere
de nosotros. En esta semana que pasó, en la lectura del Viernes pasado San Pablo nos
compartía lo que él mismo vivía, él decía que tenía debilidades y que aunque quería hacer el
bien, se encontraba a veces haciendo el mal que no quería y decía así: “hago el mal que no
quiero y no hago el bien que quiero”. Hermanos, si esto le pasaba a San Pablo, pues, ¿qué
podemos esperar de nosotros si tenemos la misma naturaleza humana deteriorada por el
pecado?
En el Salmo encontramos dos frases importantes, una de ellas:
“Abandonando los ídolos, ustedes se convirtieron a Dios y viven en la esperanza de que
venga desde el cielo Jesucristo, su Hijo”.
Acuérdense hermanos que, antes de que la Virgen de Guadalupe viniera a vernos en
el año de 1531, nuestros antepasados creían en muchos dioses, en muchos ídolos, y a partir
de que Dios envió a María creyeron en el único Dios vivo. Vale la pena ir a nuestras
conciencias ahora y a nuestra vida y pensar revisar si acaso no tenemos otros ídolos que nos
estorban para convertirnos verdaderamente al único Dios vivo. Gracias a María ya no
creemos en tantos dioses en los que creían nuestros antepasados antes de las apariciones en
la Villa, pero ahora, revisemos, porque podríamos tener otros ídolos. Pensemos en lo que nos
dice la primera lectura y preguntémonos: ¿qué es lo que me hace a mí hacer sufrir a alguien?,
¿qué hay en el fondo de mí que me hace causarle sufrimiento a otra persona? y seguramente
podemos encontrarnos con que me importo más yo a mí mismo, que Dios y que los demás,
y me encuentro con que muchas veces me dejo llevar por mi egoísmo y que si por ejemplo
me siento herido, no me importa decir una palabra hiriente a la persona que me lastimó, y
entonces, si yo me fijo sólo en mí sin tomar en cuenta primero a Dios y luego a los demás
quiere decir que yo soy mi propio ídolo porque me pongo en primer lugar antes que a Dios y
entonces no le dejo Su lugar. Y esto es idolatría. Y vemos entonces como bien dice el salmo
que es necesario abandonar nuestros ídolos para poder no hacer sufrir a nadie, no oprimir a
nadie, no explotar a nadie. Pero tristemente nos damos cuenta de que somos débiles y de que
hay veces, y muchas veces en las que no podemos cumplir con esto que nos pide Dios. Y
nos damos cuenta clarito que continuamente nos importamos más nosotros a nosotros
mismos que Dios y que los demás. Esta es nuestra verdad y debemos aceptarla.
Pero, hay esperanza para nuestras debilidades, la esperanza la encontramos también
en la otra frase del salmo que nos dice que Jesús es nuestro liberador, la frase dice: Yo te amo
Señor, tu eres mi fuerza, el Dios que me protege y mi libertador.
Hermanos, aquí tenemos la respuesta para poder hacer lo que Dios nos pide.
También nos lo refuerza la lectura del Evangelio en donde Jesús nos dice que el más
grande y el primero de todos los mandamientos es amar a Dios sobre todas las cosas y que
el segundo es semejante al primero y que es amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Entonces, ¿cómo hacerle para poder cumplir estos dos mandamientos que son los más
importantes? El primer paso es reconocer que somos débiles como San Pablo y que hacemos
muchas veces el mal que no queremos y que no hacemos el bien que queremos y que nos
pide el Señor. Esto es lo primero, reconocer la verdad. Y la clave está en recurrir a Quién
nos libera. La clave está en Jesús, y pensemos: ¿quién nos trajo a Jesús?, ¿quién fue la primera
en mostrarnos al liberador? ¡Dios envió a María a dárnoslo! Debemos siempre acordarnos de
nuestra identidad de mexicanos, acordémonos que nosotros tenemos muy de cerca a la Madre
de Dios y Madre nuestra en la Virgen de Guadalupe. Cuando la Virgen de Guadalupe se
apareció, todos los ídolos de los indios se esfumaron, desaparecieron, se cayeron y María les
presentó a Jesús, porque Ella lo traía en su vientre, y el lazo negro que ven colocado sobre su
vientre, significa que Ella está embarazada y que nos trae al Salvador, al Liberador. Por eso
hermanos, acudamos a Ella para que nos quite todos nuestros ídolos y nos muestre a Jesús
nuestro Salvador, en El está nuestra esperanza, sólo El puede cambiar nuestras debilidades.
Ahora repitamos todos junto con María lo que está escrito aquí enfrente: “Yo te amo Señor,
Tu eres mi fuerza, el Dios que me protege y me libera”
Pidámosle a Santa María de Guadalupe nos enseñe a amar a su Hijo como Ella lo ama, que
Ella nos enseñé nuestros ídolos para que conociéndolos le pidamos los destruya y así, con su
ayuda maternal nos convirtamos a Dios y esperemos la venida de Jesús a nuestro corazón, y
El nos liberará de nuestro principal ídolo que es mi yo, nos liberará de nuestros pecados, nos
protegerá de las tentaciones y nos guiará a las puertas del Cielo.
Démosle a Dios las gracias por el regalo tan grande de su Madre Santa María de Guadalupe
y pidámosle por su intercesión nos convierta de todo corazón y sólo así contando con Ella
podremos amar a Dios verdaderamente y por sobre todas las cosas y podremos amar a
nuestros hermanos como Dios nos lo pide.
Amén.