Dios continuamente nos invita a participar del banquete de su Hijo 15 de octubre 2017

Dios continuamente nos invita a participar del banquete de su Hijo
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            Queridos hermanos en la primera lectura y en el salmo de hoy Dios nos habla de los regalos que continuamente nos quiere hacer, nos habla de la invitación a estar con Él y nos dice que estando con Él tendremos todo lo que necesitamos. En la segunda lectura San Pablo nos dice que ya sea en la abundancia o en la escasez siempre está confortado y que todo lo soporta porque Cristo lo sostiene y esto tiene que ver también con el Evangelio de hoy, veamos por qué: El Señor nos dice que prepara un banquete para nosotros, un banquete que nos saciará de todo y con el cual podemos soportar cualquier prueba en nuestra vida. Veamos más detalles de la lectura del Santo Evangelio: el Rey invita a muchos a participar en el banquete de la boda de su Hijo, y muchos invitados prefirieron no ir, prefirieron ir a sus negocios, o a su campo o hacer a otras cosas. Incluso algunos invitados maltrataron a los que el Rey envió para invitarlos.

Nosotros podríamos pensar, ¿a quién se le ocurre rechazar una invitación tan importante del Rey?, ¿por qué no habrán querido ir?, ¿por qué algunos invitados maltrataron a los mensajeros? Podríamos no comprender bien por qué pasa esto, ¿verdad?
Sin embargo, no estamos muy lejos de ser, a veces, como esos invitados. Muchas veces recibimos la invitación de Dios a participar del banquete de la boda de su Hijo. Este banquete hermanos es la Eucaristía. Yo sé que la mayoría de ustedes vienen cada ocho días a Misa, pero hay algunas personas que no comulgan. Debemos reflexionar, si vengo a Misa y no comulgo, es como si me invitaran a la cena y me sentara a la mesa sólo a escuchar, cosa sin duda muy buena y que también me alimenta, alimenta mi mente, pero, si no recibo la Comunión, es como si me sentara a la mesa de la fiesta y sólo disfrutara de la plática, pero no de la cena, es como si sólo pudiera ver y escuchar, pero no comer. Sería triste, ¿no creen? Es como si yo viera que muchos cenan algo que les hace mucho bien y yo sólo mirara. Si alguien no comulga valdría la pena reflexionar: ¿qué es lo que me hace no poder comulgar? Los invito a acercarse a mí o a algún sacerdote, y a platicar su situación para tratar de arreglarla, para ayudarlos a reconciliarse con Dios y poder así disfrutar y participar completamente y dignamente del banquete, de la fiesta a la que son invitados.

Hermanos, Dios Padre siempre nos tiene preparado este banquete, este banquete suculento, y al cuál continuamente nos invita. Participar en la Santa Misa y comulgar es el banquete por medio del cual me vuelvo amigo íntimo de nuestro Señor, me uno a Él por medio de este Sacramento y mientras más comulgo más me va transformando en Él a su imagen y semejanza y así poco a poco puedo irme pareciendo cada vez más a Él y, como Dios es Amor, si cada vez me parezco más a Él y me voy “llenando” más y más de Él, puesto Él es Amor, me voy a llenar de Amor, quien es Él mismo, y entonces si estoy lleno de Su Amor (y como el hombre da lo que tiene adentro), es entonces su mismo Amor el que voy a dar a los demás.

En este sentido también valdría la pena preguntarnos hermanos, ¿quién es el invitado que no tenía el traje de fiesta y que fue expulsado del lugar? San Agustín, Doctor de la Iglesia, nos explica que el traje de fiesta es la base de todos los mandamientos, y este traje, nos dice, es el amor.
Vemos pues que el Amor quien es Dios mismo es al mismo tiempo necesario para participar dignamente de este banquete, el amor primeramente a Dios que debe ser por sobre todas las cosas y en segundo lugar el amor a nuestros hermanos. Amar a Dios sobre todas las cosas implica ponerlo a Él siempre en primer lugar, significa, en la práctica, el que, si vengo a Misa, cosa muy buena, revise si puedo tener esta cena íntima con Él y si descubro que no porque no puedo comulgar, debo entonces arreglar mi vestido confesándome para poder participar dignamente y completamente de este banquete que El me regala. También debo revisar mi traje del amor a mis hermanos, si yo falto a la caridad para con mi esposo, esposa, hijos, padres, vecinos, etc., debo también reflexionar, pedir perdón a Dios y su ayuda para amar a mis hermanos con Su Amor.
Vale entonces la pena preguntarnos hermanos sobre cómo está nuestro traje, y si no tengo traje, el traje del amor, ¿dónde lo puedo conseguir? Y si está sucio, ¿cómo puedo lavarlo para poder entrar? Puedo ir al confesionario y con esto mi traje queda limpio y puedo así comulgar y participar plenamente y dignamente de este banquete.
Ahora, los que ya vienen cada ocho días a Misa vale la pena que se pregunten si son invitados a participar en este banquete, por ejemplo, más seguido, si descubren esta invitación en su corazón, pues también tienen la oportunidad de alimentarse diariamente de la Palabra de Dios y de Su Cuerpo y de su Sangre. Vale la pena preguntarnos a nosotros mismos si recibimos esta invitación a venir al banquete más seguido.
Hermanos, si yo me doy cuenta de que muchas veces fallo, de que a veces no tengo paciencia, de que a veces no puedo amar a Dios sobre todas las cosas ni a mi prójimo amarlo como Dios me pide que lo haga, ¿qué podemos hacer? ¿cómo ponerme el vestido adecuado? ¿cómo ponerme el vestido del amor? Dios nos deja una gran ayuda para poder lavar nuestro vestido incluso nos da una ayuda para que Alguien nos vista, nos deja a una Mamá, y si somos mexicanos, nuestra Mamá es la Virgen María de Guadalupe que nos dice más o menos en estas palabras: “hijito por favor que ya ninguna cosa te aflija ni te perturbe, que nada te entristezca, ¿qué nos estoy yo aquí que soy tu Madre? Acudamos a esta ayuda como todo hijo acude a su mamá cuando se le ensucia o se le rompe su vestido y Ella, hablándonos con sus palabras maternales, nos guiará hacia su Hijo, nos guiará a la reconciliación con Dios por medio de la confesión para poder participar con un vestido limpio y digno del banquete de la boda de su Hijo, para participar dignamente de la fiesta a la que Dios, si queremos, nos invita incluso no sólo cada ocho días, nos invita, si queremos, a participar más seguido.
Agradezcámosle pues a Dios la ayuda maternal de Santa María de Guadalupe para que nos ayude a vestirnos del Amor de Dios por medio de la Comunión y que con este Amor podamos entonces amar a nuestros hermanos.  Pidámosle también a Ella por todos los vestidos sucios de todos los mexicanos, pidámosle que nos ayude a lavarlos y atenerlos listos para poder entrar a la fiesta.

Amén.

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