Dios continuamente nos
invita a participar del banquete de su Hijo
Reflexión para la Homilía del Domingo 17 de
Octubre de 2017
Hacia los 500 Años del Acontecimiento Guadalupano
Queridos hermanos en la primera
lectura y en el salmo de hoy Dios nos habla de los regalos que continuamente
nos quiere hacer, nos habla de la invitación a estar con Él y nos dice que
estando con Él tendremos todo lo que necesitamos. En la segunda lectura San
Pablo nos dice que ya sea en la abundancia o en la escasez siempre está
confortado y que todo lo soporta porque Cristo lo sostiene y esto tiene que ver
también con el Evangelio de hoy, veamos por qué: El Señor nos dice que prepara
un banquete para nosotros, un banquete que nos saciará de todo y con el cual
podemos soportar cualquier prueba en nuestra vida. Veamos más detalles de la
lectura del Santo Evangelio: el Rey invita a muchos a participar en el banquete
de la boda de su Hijo, y muchos invitados prefirieron no ir, prefirieron ir a
sus negocios, o a su campo o hacer a otras cosas. Incluso algunos invitados
maltrataron a los que el Rey envió para invitarlos.
Nosotros podríamos pensar, ¿a quién se le ocurre rechazar
una invitación tan importante del Rey?, ¿por qué no habrán querido ir?, ¿por
qué algunos invitados maltrataron a los mensajeros? Podríamos no comprender
bien por qué pasa esto, ¿verdad?
Sin embargo, no estamos muy lejos de ser, a veces, como esos invitados.
Muchas veces recibimos la invitación de Dios a participar del banquete de la boda
de su Hijo. Este banquete hermanos es la Eucaristía. Yo sé que la mayoría de
ustedes vienen cada ocho días a Misa, pero hay algunas personas que no comulgan.
Debemos reflexionar, si vengo a Misa y no comulgo, es como si me invitaran a la
cena y me sentara a la mesa sólo a escuchar, cosa sin duda muy buena y que
también me alimenta, alimenta mi mente, pero, si no recibo la Comunión, es como
si me sentara a la mesa de la fiesta y sólo disfrutara de la plática, pero no
de la cena, es como si sólo pudiera ver y escuchar, pero no comer. Sería
triste, ¿no creen? Es como si yo viera que muchos cenan algo que les hace mucho
bien y yo sólo mirara. Si alguien no comulga valdría la pena reflexionar: ¿qué es lo que me hace no poder
comulgar? Los invito a acercarse a mí o a algún sacerdote, y a platicar
su situación para tratar de arreglarla, para ayudarlos a reconciliarse con Dios
y poder así disfrutar y participar completamente y dignamente del banquete, de
la fiesta a la que son invitados.
Hermanos, Dios Padre siempre nos tiene preparado este
banquete, este banquete suculento, y al cuál continuamente nos invita. Participar
en la Santa Misa y comulgar es el banquete por medio del cual me vuelvo amigo íntimo de nuestro Señor,
me uno a Él por medio de este Sacramento y mientras
más comulgo más me va transformando en Él a su imagen y semejanza y así
poco a poco puedo irme pareciendo cada vez más a Él y, como Dios es Amor, si
cada vez me parezco más a Él y me voy “llenando” más y más de Él, puesto Él es
Amor, me voy a llenar de Amor, quien es Él mismo, y entonces si estoy lleno de
Su Amor (y como el hombre da lo que tiene adentro), es entonces su mismo Amor
el que voy a dar a los demás.
En este sentido también valdría la pena preguntarnos
hermanos, ¿quién es el invitado que no tenía el traje de fiesta y que fue
expulsado del lugar? San Agustín, Doctor de la Iglesia, nos explica que el traje
de fiesta es la base de todos los mandamientos, y este traje, nos dice, es el
amor.
Vemos pues que el Amor quien es Dios mismo es al
mismo tiempo necesario para participar dignamente de este banquete, el amor primeramente
a Dios que debe ser por sobre todas las cosas y en segundo lugar el amor a
nuestros hermanos. Amar a Dios sobre todas las cosas implica ponerlo a Él siempre
en primer lugar, significa, en la práctica, el que, si vengo a Misa, cosa muy
buena, revise si puedo tener esta cena íntima con Él y si descubro que no
porque no puedo comulgar, debo entonces arreglar mi vestido confesándome para
poder participar dignamente y completamente de este banquete que El me regala.
También debo revisar mi traje del amor a mis hermanos, si yo falto a la caridad
para con mi esposo, esposa, hijos, padres, vecinos, etc., debo también
reflexionar, pedir perdón a Dios y su ayuda para amar a mis hermanos con Su
Amor.
Vale entonces la pena preguntarnos hermanos sobre
cómo está nuestro traje, y si no tengo traje, el traje del amor, ¿dónde lo
puedo conseguir? Y si está sucio, ¿cómo puedo lavarlo para poder entrar? Puedo
ir al confesionario y con esto mi traje queda limpio y puedo así comulgar y
participar plenamente y dignamente de este banquete.
Ahora, los que ya vienen cada ocho días a Misa
vale la pena que se pregunten si son invitados a participar en este banquete,
por ejemplo, más seguido, si descubren esta invitación en su corazón, pues
también tienen la oportunidad de alimentarse diariamente de la Palabra de Dios
y de Su Cuerpo y de su Sangre. Vale la pena preguntarnos a nosotros mismos si
recibimos esta invitación a venir al banquete más seguido.
Hermanos, si yo me doy cuenta de que muchas veces
fallo, de que a veces no tengo paciencia, de que a veces no puedo amar a Dios
sobre todas las cosas ni a mi prójimo amarlo como Dios me pide que lo haga,
¿qué podemos hacer? ¿cómo ponerme el vestido adecuado? ¿cómo ponerme el vestido
del amor? Dios nos deja una gran ayuda para poder lavar nuestro vestido incluso
nos da una ayuda para que Alguien nos vista, nos deja a una Mamá, y si somos
mexicanos, nuestra Mamá es la Virgen María de Guadalupe que nos dice más o
menos en estas palabras: “hijito por favor que ya ninguna cosa te aflija ni te perturbe,
que nada te entristezca, ¿qué nos estoy yo aquí que soy tu Madre? Acudamos a
esta ayuda como todo hijo acude a su mamá cuando se le ensucia o se le rompe su
vestido y Ella, hablándonos con sus palabras maternales, nos guiará hacia su Hijo,
nos guiará a la reconciliación con Dios por medio de la confesión para poder
participar con un vestido limpio y digno del banquete de la boda de su Hijo,
para participar dignamente de la fiesta a la que Dios, si queremos, nos invita
incluso no sólo cada ocho días, nos invita, si queremos, a participar más
seguido.
Agradezcámosle pues a Dios la ayuda maternal de Santa
María de Guadalupe para que nos ayude a vestirnos del Amor de Dios por medio de
la Comunión y que con este Amor podamos entonces amar a nuestros hermanos. Pidámosle también a Ella por todos los
vestidos sucios de todos los mexicanos, pidámosle que nos ayude a lavarlos y
atenerlos listos para poder entrar a la fiesta.
Amén.
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