María, llena del Espíritu Santo nos acompaña y nos prepara para recibirlo

María, llena del Espíritu Santo nos acompaña y nos prepara para recibirlo
Reflexión para la Homilía del 20 de mayo de 2018.
Solemnidad de Pentecostés
Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
Salmo 104 1ab.24ac.29bc-30.31.34
Carta de San Pablo a los Gálatas 5, 16-25.

Queridos Hermanos,

“Conviene que yo me vaya” les dijo una vez Jesús a sus discípulos, “porque así les enviaré al Espíritu Santo quien les recordará todo lo que Yo les he enseñado”. Y así fue. Los apóstoles estuvieron esperando en la compañía de María el día de Pentecostés. Cuando llegó el momento, nos lo narra el Libro de los Hechos de los Apóstoles, fue algo maravilloso.  Todos los que estaban reunidos, así como nosotros ahora, quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas lo que el Espíritu Santo les permitió expresar. Dice la lectura que al oír un ruido del cielo, semejante al de una ráfaga de viento, todos se reunieron para ver qué pasaba. Y así fue, recibieron el don del Espíritu Santo que Jesús les había prometido. Entonces todos estaban maravillados por lo que veían y oían y todos sorprendidos se alegraron de las maravillas que escuchaban.

El Salmo nos invita a dos cosas, a reconocer y a cantar la alabanza al Señor precisamente por su grandeza, por su poder, por su fidelidad, por sus obras, porque toda la tierra está llena de sus criaturas. El salmo nos invita a dar gloria a Dios reconociendo que Él es quien da la vida, la sostiene y que todo y todos dependemos de Él.

En la carta de San Pablo, recibimos un exhorto, un consejo de él muy importante, nos invita a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios, y de esta manera a no dejarnos conducir por los deseos de la carne. Nos enseña que la carne está contra el espíritu y el espíritu contra la carne, que ciertamente hay una lucha entre ambos, pero esta lucha se da en nosotros mismos, en nuestro interior, y podemos reconocer esto muchas veces por las caídas y otras veces más por las tentaciones que se llevan a cabo en nuestra vida, en nuestra propia experiencia. Y San Pablo sabe bien que por esta lucha que hay en nosotros entre el Espíritu y nuestra carne, es la razón por la cual los hombres, nosotros, no podemos hacer todo el bien que quisiéramos.

                  ¿Cuántas veces no nos pasa que, queriendo no hacer algo, caemos? ¿Cuántas veces luchamos por no lastimar a alguien con nuestro trato, con nuestros gestos, con nuestras palabras y, cuando vemos, ya los lastimamos? Valdría la pena también preguntarnos a nosotros mismos cuántas veces caemos en tentación de ver cosas que no son buenas para nuestra mente, para nuestro corazón, para nuestra relación con Jesús y con los demás? Ó ¿cuántas veces criticamos a los demás o los difamamos? Todo esto hermanos es porque hay esta lucha en nuestro interior entre el espíritu y la carne, y por eso San Pablo nos dice que a veces no podemos hacer el bien que queremos. Sin embargo, también nos dice que si estamos animados por el Espíritu ya no estamos sometidos a la ley del pecado y nos dice cuales son las obras de la carne: la fornicación, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la superstición las enemistades y las peleas, las rivalidades y las violencias, las ambiciones, las discordias, las envidias, las ebriedades, las orgías y todos los excesos de esta naturaleza. Y dice muy claramente que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Entonces hermanos, ¿qué hacer?, si por un lado vemos que se nos ha dado al Espíritu de Dios, y por el otro vemos que en nuestro interior se presenta también en contra del Espíritu las obras de la carne por nuestra inclinación al mal, entonces, ¿qué hacer para que sea más el Espíritu el que habite en nosotros y no nuestra mala inclinación? Antes que nada hay que aceptar que esto es una verdad, que aun recibiendo el don del Espíritu Santo, muchas veces ganan mas nuestras inclinaciones al mal. Sin embargo, las respuesta ante la pregunta de ¿qué hacer entonces? Nos las da el mismo San Pablo: “déjense conducir por el Espíritu Santo”, porque los que le pertenecen a Cristo Jesús, sus pecados han sido crucificados junto con Él en la cruz. Entonces para dejarnos conducir por el Espíritu de Dios, debemos hacer tres cosas:

1.- Aceptar la verdad de nuestras caídas y tentaciones, de que tenemos inclinación al mal y de que a veces caemos.
2.- Inmediatamente, después de la caída primero debemos pedirle perdón a Dios, en nuestro corazón y después,  buscar aun padre para recibir el perdón de Jesús quien ya nos conoce y quien ama perdonarnos.
3.- Orar, para que cada vez estemos más abiertos al don el Espíritu de Dios en nuestras vidas. Si nosotros acudimos lo mas pronto posible ante nuestras fragilidades y caídas a Dios de esta manera, más pronto nos abriremos cada vez mas a su actuación, y así, se podrán empezar a dar en nuestra vida los frutos de Espíritu que son: amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, templanza, etc.

Recordemos que ante la espera del Espíritu Santo los apóstoles estuvieron acompañados y fortalecidos por la presencia de María.  Antes de la venida del Espíritu Santo ellos tenían miedo, no se atrevían a salir ni a realizar el mandato de Jesús de ir por todo el mundo. Ella con seguridad fue un gran apoyo para que no desesperaran ante la espera de la venida del Espíritu Santo. Y con seguridad los consolaba mientras ellos veían y vivían su miedo. María es clave en el camino del reconocimiento de nuestras fragilidades.

Las lecturas de hoy nos enseñan cuál es el camino. El camino es querer abrir nuestro corazón para primero ver la verdad que Dios quiere que veamos, y para eso nos envía a su Espíritu y la compañía de María. El Santo Evangelio nos dice que Jesús les dijo: “El Espíritu Santo les mostrará la verdad, dará testimonio de mi y ustedes también darán testimonio de mi”. ¿Ven las importancia de querer estar abiertos a la acción de Dios en nuestra vida? Los invito a que tratemos de ver nuestra verdad, entregársela a Dios por medio de María, Ella nos acompaña en el proceso del reconocimiento de esta verdad que Dios quiere que veamos y sobre todo que aceptemos, y así como los apóstoles fueron acompañados y sostenidos por María, nosotros también estamos invitados a dejarnos acompañar y sostener por Ella. Lo vemos también con el ejemplo de la vida de San Juan Diego, él fue acompañado por María en el proceso del reconocimiento de su verdad, llegó a conocer su verdad a tal punto de darse cuenta de que quería resolver sus problemas por él mismo, y para esto tenia que darle la vuelta a María, escoger otro camino, irse por otro lado contrario al plan de Dios para él. Pero él también recibió el apoyo de María, recibió la compañía de Ella hasta que Ella misma consiguió la actitud adecuada de San Juan Diego para recibir el don de la fe verdadera. Y fue entonces cuando San Juan Diego, fortalecido como los apóstoles, fue capaz de cumplir con la misión que le fue encomendada.

Vemos pues hermanos que este es el camino para todo cristiano, reconocer la verdad que nos muestra el Espíritu Santo en medio de nuestras circunstancias y experiencias, para que, aceptándola, acudamos a María y, Ella, como lo hizo con los apóstoles y con San Juan Diego, haga con nosotros lo mismo, nos acompañe, nos fortalezca, nos transforme y nos haga así capaces, con la fuerza de Dios y con el reconocimiento de nuestra nada y debilidad, cumplir con la misión que Dios espera de nosotros. Pidamos entonces a nuestra Madre Santa María de Guadalupe nos abramos como Ella a recibir al Espíritu Santo y pidamos también a San Juan Diego, no muestren el camino de docilidad y entrega a Ella, para que Ella nos muestre a Cristo y en Cristo conozcamos al Padre

Amén.

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