Jesús nos salva derramando la última gota de su Sangre y Agua

Fiesta de la Misericordia
Reflexión para la Homilía del 8 de abril de 2018,
Segundo Domingo de Pascua

Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,32-35. 
Salmo 118(117),2-4.16ab-18.22-24. 
Epístola I de San Juan 5,1-6. 
Evangelio según San Juan 20,19-31.

En la Primera Lectura los Hechos de los Apóstoles nos comparte que, después de la Resurrección del Señor los creyentes vivían teniendo un solo corazón y una sola alma, no consideraban sus bienes como propios, sino que todo era en común entre ellos y todo lo ponían a disposición de los Apóstoles para que se distribuyeran a cada uno según sus necesidades. ¡Que bueno sería que viviéramos siempre con esa alegría profunda como cuando los primeros creyentes acababan de vivir la Resurrección del Señor! Imagínense que a nosotros nos hubiera tocado vivir en la época de los Apóstoles y acabara de pasar la pasión, muerte y resurrección del Señor, sería la noticia que estaría de boca en boca, no dejaríamos de hablar de este Acontecimiento y seguramente pondríamos al servicio de los apóstoles nuestros vienes para ayudarlos a vivir y a proclamar lo sucedido.
Porque como el Salmo nos dice: el amor de Dios es eterno, la mano de Dios es poderosa, resucitó a su Hijo de entre los muertos para darnos vida y abrirnos las puertas del Cielo otorgándonos el perdón de los pecados y la paz que surge de esta reconciliación que nos alcanza su sacrificio, dándonos también con esto, la libertad de hijos de Dios. Así mismo nos otorga diferentes carismas, como a los apóstoles y nos da una vida dentro de la Iglesia que es Una y es Madre. Regocijémonos como dice el Salmo con todos los regalos que Dios nos dio y que nos trae con la Resurrección de su Hijo.
En la primea Epístola de San Juan, escuchamos que el que cree en que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios, y que el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él y fíjense en algo muy importante: nos dice esta lectura que el que ama a los hijos de Dios se comprueba por una señal: la señal de que amamos a los hijos de Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga... Si amamos a los hijos de Dios se comprueba porque cumplimos con los mandamientos de Dios. ¡Sí! porque los mandamientos de Dios se resumen en amarlo a Él y al prójimo como Él mismo nos ha amado, entonces, si de verdad amáramos a nuestros hermanos, como Dios nos pide, no faltaríamos a ninguno de los mandamientos de Dios, porque los mandamientos se resumen en el Amor, si amáramos a nuestros hermanos no les mentiríamos, si los amara, no les levantaría falsos testimonios, nunca le faltaríamos el respeto a nuestros padres, nunca faltaríamos a Misa, nunca mataríamos, nunca desearíamos a la mujer del prójimo ni las cosas ajenas, ni cometeríamos adulterio, nunca robaríamos, etc, etc., etc., y con esto amaríamos a Dios por sobre todas las cosas. Dios es el amor mismo y dejándonos amar por Él es como obtenemos Su Amor para darlo a los demás. Dejarnos amar por El es aprovechar la Redención confesándonos, comulgando... Y entonces, vemos que, al no cumplir con los mandamientos de Dios, comprobamos que no somos capaces de amar verdaderamente a nuestros hermanos como Dios nos lo pide. Entonces entendemos

con mayor claridad que, por esta misma debilidad y tendencia al pecado, por esto mismo fue necesario que Jesús muriera por nosotros, porque nosotros no tendríamos posibilidad de llegar al cielo sin su mediación, sin su Sacrificio, nosotros por nosotros mismos no somos capaces de amar verdaderamente.
Y por esto mismo hermanos, para poder cumplir los mandamientos de Dios:
Primero tenemos que vivir en la verdad de que, sin el Sacrificio de Jesús no tendríamos oportunidad de salvarnos, y
Segundo: debemos saber que, sin la gracia de Dios, nosotros no somos capaces de amarnos como Dios nos pide que lo hagamos.
Jesús por el derramamiento de su Sangre y de su Agua nos lava y nos da la oportunidad de dejarnos alcanzar por su Misericordia. La Misericordia de Dios se revela en la prueba máxima del Amor que es dar la vida por nosotros. Por esta razón Dios escogió a una monja polaca, Faustina Kowalska para ayudarnos a reconocer que la Misericordia de Dios es su más grande atributo, para que cualquier pecador, incluso el mas grande pecador, teniendo confianza en Dios, sepa que puede dejarse abrazar por Su Misericordia.
En el Santo Evangelio San Juan nos narra dos apariciones de nuestro Señor a sus discípulos. En la primera aparición el Señor les habla del Sacramento de la Reconciliación y les da el poder de perdonar los pecados y les dice que lo que perdonen quedará perdonado y lo que no, no será perdonado. En esta aparición no estaba Tomás, y como bien escuchamos Tomás dijo que no creería si no tocaba las heridas del Señor. Así, en la segunda aparición Jesús, deseándoles la paz que surge de Él mismo, llama a Tomás a tocar sus heridas y a meter su dedo en su costado diciéndole, no seas incrédulo sino creyente. Todos estos signos hermanos, son signos de la Misericordia de Dios: el que Jesús se hace hombre para dar su vida para salvarnos hasta salir la ultima gota de su Sangre y su Agua para decirnos que nos ama hasta el extremo, el invitar a Tomás a comprobar por su falta de fe, en que sí era ÉL el Resucitado. Y Jesús, cuando le dijo a Tomás nos dice también a nosotros: “no seas incrédulo sino creyente”, porque hermanos, si creyéramos verdaderamente, estaríamos saltando de gusto y comunicando la noticia de que Jesús está vivo como si fueran aquellos primeros tiempos. Al final, la lectura del Evangelio termina diciéndonos que Jesús realizó muchos otros signos en presencia de sus discípulos que no se encuentran relatados en este Libro y que estos se han escrito para que nosotros creamos que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengamos vida en su Nombre.
Hermanos, reconozcamos que nos falta fe, acordémonos también que San Juan Diego, quien no tenía suficiente fe en que por medio de él se podía llevar a cabo el plan de Dios que le comunicaba a través de María, sufrió las consecuencias de su falta de fe, pero María lo fue llevando a tener la disposición adecuada para recibir el don de la fe verdadera, y entonces, se obró el milagro. Pidámosle a Santa María de Guadalupe, quien nos trae a Jesús vivo en su vientre, nos eduque y nos forme como a San Juan Diego para que tengamos algún día la disposición adecuada para recibir el don de la fe verdadera y no seamos incrédulos en que Dios puede hacer todo en nosotros apoyándose en nuestra debilidad.
Pidamos también la intercesión de quien ya nos precedió en este camino, pidamos a San Juan Diego nos acompañe en el camino que él ya conoce y que nos ayude a dejarnos educar por María como él lo hizo y así podamos hacer con el poder de Dios lo que El nos diga. 

Del Directorio Homilético


Segundo domingo de Pascua
CEC 448, 641-646: las apariciones de Cristo resucitado
CEC 1084-1089: la presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia
CEC 2177-2178, 1342: la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988: nuestro nacimiento a una nueva vida en la Resurrección de Cristo 

CEC 926-984, 1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329, 1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales 

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