Dios decide necesitar nuestra nada para hacerlo todo

Dios decide necesitar nuestra nada para hacerlo todo
Reflexión para la Homilía del 28 de julio de 2018,
Decimoséptimo Domingo del tiempo ordinario
Tras las huellas de San Juan Diego

Primera Lectura del segundo libro de los Reyes (4,42-44) 
Sal 144,10-11.15-16.17-18
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,1-6) 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15)

Queridos hermanos:
Hay un claro nexo entre la Primera lectura y el Evangelio de hoy. Lo poco que tiene el hombre Dios decide necesitarlo para hacer milagros para los demás.
En esta preparación que queremos vivir hacia los 500 años del acontecimiento Guadalupano, vale la pena analizar lo que le ocurrió a san Juan Diego, ya que en su vida, así como también en estas dos lecturas, la Primera y el Santo Evangelio, Dios nos muestran lo esencial de su pedagogía para el camino de todos y cada uno de sus hijos.
Dios quiere llevarnos a la verdad, a la verdad de nosotros mismos que nos une inmediatamente con la verdad de Dios. El conocer esta doble verdad es lo que nos hace uno con Dios, es lo que nos hace configurarnos en Cristo y llegar de esta forma a la realización plena del hombre en Dios.
Si analizamos el camino del mas grande santo mexicano, san Juan Diego, nos encontraremos también con esta condición necesaria para que Dios pueda realizar milagros. Esta condición es poner lo poco que tenemos, pero en realidad este poco es casi nada, o más bien es nada, pues este poco pudiera llegar a ser incluso la consciencia de nuestra incapacidad, la debilidad en nuestros esfuerzos, la humillación de ver que no podemos. Tal vez este poco puede verse reducido, en ciertas situaciones de nuestra vida, a sólo querer, o tal vez puede reducirse al dolor que pudiera causarnos ver la plena verdad de que nosotros, por nosotros mismos, nada podemos hacer, sin embargo reconocer esto ya es “algo” y tal vez es este “algo” lo que Dios necesita.
En el caso de San Juan Diego podemos ver claro lo anterior. Él, al principio de sus dos encuentros con el Obispo, tenía ciertas ilusiones de que solo con decirle lo que la Madre de Dios le pedía, sería suficiente para que le creyera y se cumpliera así la voluntad de Dios expresada por María. Sin embargo, no fue así. Al final del segundo encuentro con el obispo san Juan Diego, al ver que nada lograba, se desanimó y vio que lo que él quería era abandonar lo que María le había encomendado. Juan Diego quería que María buscara a otra persona, porque al ver que nada podía, se desanimó.
Veamos la pedagogía de Dios. Al Juan Diego, reconocer su verdad, su incapacidad, y al ser encontrado por María, aportó esa verdad, creyó en el amor de Dios por medio de María a pesar de que era consciente de que él únicamente quería escoger otro camino y no encontrarse con Ella. Juan Diego se entregó así, tal cual como se vio después de querer abandonar su misión. A nosotros muchas veces nos ha pasado o puede pasarnos de manera similar. El cansancio de la vida, los problemas, las dificultades pueden llevarnos a decir: yo ya yo no puedo más, siento que quiero abandonar mi misión, quiero abandonar lo que me toca hacer. Pero hermanos, Dios necesita justo esto, nuestra nada, el reconocimiento de que nada podemos, lo vemos de forma clara en la vida de nuestro hermano San Juan Diego. Porque fue justo en este momento en el que él fue consciente de su total incapacidad y de su desánimo, que fue encontrado y mirado por María. En una situación como esta, en donde alguien se encuentre desanimado y recibe la mirada de Dios por medio de María a través de la Morenita del Tepeyac, lo único que nos queda hermanos es abandonarnos en las palabras que Ella misma nos dirige. Estas palabras son las mas consoladoras palabras que Dios nos ha dado por medio de su Madre y ya nos las ha dicho dos veces: una en el testamento de la Cruz: “hijo, ahí tienes a tu Madre” y la segunda vez nos las sigue diciendo en el Tepeyac: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? Estas palabras refuerzan el testamento de la Cruz.
Por esto en el Salmo de hoy podemos encontrar la invitación a alegrarnos por las maravillas del Señor. Nos invita a alabarlo porque todas sus obras son obras que nacen de Su amor. El camino que Dios nos muestra a través de la vida de San Juan Diego, es un acto de su Misericordia. Bendigamos, alabemos al Señor y alegrémonos porque nos muestra el camino para llegar al encuentro con Jesús vivo a través del reconocimiento de nuestra verdad, de Su verdad, verdad que nos manifiesta de forma especial y misericordiosa a través de Santa María de Guadalupe.
San Juan Pablo II fue un santo de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, quien
siguió el camino de ir tras las huellas de San Juan Diego entregándole su corazón a la Morenita. Su primer viaje apostólico fue a los pies de Santa María de Guadalupe, regresó cuatro veces más a verla, en la última visita canonizó a san Juan Diego. Juan Pablo II tenía en su escritorio una imagen de la verdaderísma Madre de Dios por quien se vive, y al final de su vida, como Juan Diego, se hizo consciente de su pequeñez, de su nada. En el Amor maternal de Dios expresado en Santa María de Guadalupe encontró también el consuelo y el encuentro con Jesús vivo. Se dejó mirar por María, como San Juan Diego y, en el camino de la humildad, ambos llegaron a ser grandes santos. Sigamos su ejemplo y vayamos tras las huellas de San Juan Diego y San Juan Pablo II.
Si nosotros reconocemos la verdad que Dios nos muestra a través de las cosas que
vivimos y las reconocemos con humildad y recurrimos de esta forma, desde nuestra pequeñez a la Madre, Ella sin duda nos llevará por el camino de la humildad, condición indispensable para unirnos a Jesús vivo presente en su vientre en la Imagen del Tepeyac. Dejémonos mirar por Ella en nuestra verdad, confiemos en el amor maternal de Dios expresado en Su y nuestra Madre, confiemos que con lo poco o más bien la nada que tenemos Dios puede hacer el milagro de nuestra conversión y la de nuestra familia, de esta manera no moriremos de hambre porque tendremos el pan del Cielo que nos muestra María, de esta manera ocurrirán los verdaderos milagros que son los de la conversión del corazón.
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Pidamos la interseción de nuestros hermanos santos quienes siguieron este camino: San
Juan Diego y San Juan Pablo II, dejémonos mirar por Santa María de Guadalupe, y Ella, sin duda, nos llevará al encuentro con Jesús vivo. Que así sea. 
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Del Directorio homilético
Decimoséptimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 1335: el milagro de los panes y los peces prefigura la Eucaristía 

CEC 814-815, 949-959: compartir los dones en la comunidad de la Iglesia 

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