Santa María de Guadalupe quiere ayudarnos a ser pobres Domingo XXVIII del T.O.

Santa María de Guadalupe quiere ayudarnos a ser pobres
Reflexión para la Homilía del 14 de octubre de 2018, Vigésimo Octavo Domingo del tiempo ordinario

Tras las huellas de San Juan Diego
Primera lectura: Lectura del libro de la Sabiduría 7, 7-12 Del Salmo 89
Segunda lectura: Lectura de la carta a los Hebreos 4, 12-13 

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 20, 17-30

Queridos hermanos:
Hoy nuestro Padre Dios nos da por medio del libro de la Sabiduría unas enseñanzas muy

importantes para ir por el camino de la humildad. La humildad, como todos sabemos es indispensable para llegar a la unión con Dios, para llegar al Cielo, todos tenemos que ser verdaderamente humildes. San Juan Diego, nuestro santo patrón, fue también llevado por Dios a través de María de Guadalupe por este camino de la humildad, y fue gracias a este don que se pudo llevar a cabo el milagro que Dios quería por medio de su persona: el milagro de que se plasmara la presencia de Santa María de Guadalupe en su Tilma y poder, de esta manera, quedarse con nosotros como lo ha hecho, de esta forma tan especial, hasta ahora. La primera lectura nos dice pues que la adulación no es buena, y que los regalos para complacer a otro y recibir algo a cambio por esto, corrompen el corazón. Nos hace reflexionar también sobre el mal de la soberbia diciéndonos que vale más ser pacientes. Nos invita a no tener ira ante las cosas que sufrimos por parte de los demás o las cosas que nos pasan y que no nos gustan, y a no quejarnos de lo que vivimos ahora comparándolo con etapas del pasado. Dios es sabio y sabe qué es lo que más nos conviene vivir siempre. Esto incluye a veces cosas difíciles, o fracasos, o circunstancias dolorosas como pueden ser las enfermedades, o tantas cosas que no nos gustan, porque, así como Juan Diego y así como todos los santos pasan por pruebas, por humillaciones, también nosotros somos ayudados por Dios, por su Amor y Misericordia, para alcanzar esa humildad que necesitamos para unirnos a El y alcanzar así esa felicidad que sólo El nos puede otorgar. Dios aprovecha las humillaciones que vivimos, para hacernos humildes porque nos ama.
El Salmo de hoy reafirma la alegría que podemos alcanzar si, entregándonos a Santa María de Guadalupe y al ejemplo de san Juan Diego, aceptamos ir por el camino de la humildad. ¿Cómo ser humildes? Antes que nada necesitamos conocer y reconocer todo lo que escuchamos en el Salmo: que el Cielo y la tierra son de Dios, que Él mismo los formó y formó todo cuanto hay en él, que su brazo es poderosos, y su mano es fuerte y magnífica, que es justo, fiel y que si sabemos aclamar al Señor seremos dichosos. La humildad hermanos consiste no sólo en reconocer esto que acabamos de escuchar sino en realmente vivir así, vivir reconociendo todos los días que nada es nuestro y que todo es un don. Son un don del Señor las cosas fáciles, alegres, pero también son un don y tal vez son un don mayor, aquellas difíciles que nos hacen ser humildes y acudir con mayor necesidad y apertura al Señor. Mientras más nos veamos necesitados, más dispuestos estaremos a recibir todo de Dios. Si nos sentimos llenos de poder, de suficiencia, de cosas y no experimentamos esa necesidad, en esa medida, nos cerramos al poder, a la sabiduría y al Amor de Dios.
En la carta a los Hebreos que escuchamos como Segunda Lectura se nos revela la forma de aclamar a Dios, de elogiar su Palabra, porque nos dice que su Palabra es viva y eficaz, penetra hasta lo más profundo del corazón si estamos abiertos, y discierne nuestros pensamientos e intenciones de nuestro corazón. No hay criatura que no esté oculta ante Dios, no hay persona que Dios no vea, justo de las misma manera como su Madre Santísima siempre nos ve, así Dios también siempre nos mira. Juan Diego, al querer ir por un sacerdote para su tío quien estaba enfermo, no

quería encontrarse con María, y no quería porque no quería perder tiempo y pensó que si se iba por el otro lado del cerro, podría lograr su plan de no ser interrumpido por la Madre de Dios. Sin embargo, el Nican Mopohua nos dice que María de Guadalupe siempre nos está mirando y mira a todas partes y a todas y cada una de las personas. Es por esta razón que esta lectura nos dice que no hay criatura oculta ante Dios, pues siempre nos están mirando y es a Dios quien nos ama a quien le rendiremos cuentas de nuestra vida, cuando nos encontremos con Él.
San Marcos, en la Lectura del Evangelio nos habla del joven rico quien, ante la respuesta de Jesús a su pregunta de qué hacer para alcanzar la vida eterna, se fue triste. ¿Porqué se fue triste? Porque era rico, porque tenía muchos bienes, bienes de todo tipo, no sólo los materiales y no se sintió capaz de vender todo y dárselo a los pobres ni de dejar todo para después seguir a Jesús. Tal vez Jesús, con este ejemplo del joven rico quiere enseñarnos que, para verdaderamente seguir a Jesús, es necesario ser pobres, no tener apegos en el corazón ni a las cosas materiales, ni a la imagen que los demás tienen de nosotros, ni tampoco a la imagen que tenemos nosotros de nosotros mismos, ni a las circunstancias. ¡Qué difícil es esto también para nosotros hoy! Somos iguales que los apóstoles de Jesús, Dios nos enseña que todos necesitamos conversión de nuestra mente y de nuestro corazón. Dios nos dice hoy, como le dijo a los discípulos en aquél entonces, que es muy difícil entrar al Reino si no somos verdaderamente pobres, verdaderamente humildes y podríamos entonces preguntarnos como lo hicieron entonces los discípulos de Jesús, entonces ¿quién podrá entrar al Reino? ¿Quien podrá entrar al Cielo? ¿Quién podrá salvarse? Y esta pregunta deberá ser pronunciada de forma sincera desde nuestra verdad. ¡Todos necesitamos reconocer que no somos humildes, que no somos pobres en el sentido amplio de la palabra! Y que necesitamos conversión. La gran noticia es que Dios nos dice también a nosotros así como les dijo a ellos: es imposible para el hombre salvarse, más no para Dios.
Hermanos, abramos los ojos a la ayuda que Dios nos da en estas tierras para alcanzar esa verdadera pobreza, esa verdadera humildad. Esta ayuda es su misma Madre, Santa María de Guadalupe, Madre nuestra. Ella se ha quedado con nosotros y nos muestra en el camino de san Juan Diego todo lo que pudo hacer con él. Lo llevó por el camino de las pruebas, pero nunca lo dejó sólo, en medio de éstas siempre lo acompañó. Lo llevó a tener una apertura a Dios tan grande que al final, después del tercer encuentro con el obispo, estaba listo, era ya verdaderamente humilde, pobre y, gracias a esto, gracias a la humildad y a su apertura al don de la fe después de su purificación, se llevó a cabo el milagro que Dios quería de la presencia de María de Guadalupe en su Tilma. Gracias a esto se convirtieron millones de personas, y se siguen convirtiendo gracias a su presencia.
Pidamos a san Juan Diego nos ayude a descubrir que así como él fue invitado por María a ir por el caminos de la humildad, nosotros también recibimos de Ella esta invitación.
Pidamos a nuestra Madre que nos lleguemos a reconocer verdaderamente hijos de Ella y que acudamos siempre a su ayuda, pidámosle que grabemos en nuestro corazón las palabras del Tepeyac, y que acudamos a ellas en cada momento de nuestra vida, especialmente en los momentos más difíciles.
Ella es una luz de esperanza en medio del dolor, de la dificultad, Ella es la Madre que Jesús nos dejó en el testamento de la Cruz diciéndonos en san Juan: “E ahí a tu Madre” y María de Guadalupe nos corrobora este don diciéndonos: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” Ella, quien siempre nos esta mirando, esta siempre dispuesta a escucharnos y a llevarnos por este camino de humildad. Sólo espera nuestro sí, como el de Ella, para que Ella pueda actuar de inmediato y llevarnos así al objetivo que es: nuestra conversión y nuestra unión con su Hijo. Sólo de esta manera seremos plenamente felices.
Santa María de Guadalupe te pedimos que nos hagas humildes y aumentes nuestra fe. 

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