El Acontecimiento Guadalupano:
anuncio de la buena noticia que nos enseña a esperar a Cristo

Reflexión para la Homilía del 16 de diciembre de 2018,
Tercer Domingo de Adviento
Tras las huellas de San Juan Diego
Primera Lectura: Del Libro del profeta Sofonías 3, 14-18
Salmo: Isaías 12
Segunda Lectura: de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses 4, 4-7 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 3, 10-18

Queridos hermanos:
En la Primera Lectura de este Tercer Domingo de Adviento el profeta Sofonías nos anima a dejar brotar la alegría desde el fondo de nuestro corazón porque el Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre nosotros. Podemos constatar esto en esta Primera Lectura, el profeta Sofonías les dijo estas palabras al pueblo de Jerusalén, a Israel, sin embargo, nosotros también podríamos podernos hoy en lugar de ellos, en lugar del pueblo de Israel. ¿Por qué les digo esto? Pensemos, si vamos siguiendo el camino tras las huellas de san Juan Diego, nuestro más grande santo mexicano que con certeza está al lado de la Virgen en el Cielo, podremos recordar, analizando la historia relatada en el Nican Mopohua que nuestro pueblo mexicano, antes de las apariciones de María de Guadalupe, tenía una sentencia que pesaba sobre él. Esta sentencia era la disminución tan tremenda de tantos indígenas hermanos nuestros, que morían por enfermedades, por luchas con los españoles, porque no eran considerados personas sino más bien una especie de entre animales y personas, y porque además muchos niños mestizos, por no ser de sangre indindígena 100% pura, ni de sangre española 100% pura, eran abandonados y morían. Esta sentencia era la posible extinción de los indígenas y es por esto que podemos ver con claridad que podemos ponernos en el lugar de Israel, sobre el cuál pesaba una sentencia que fue anulada por el Señor, como dice el profeta en la lectura. Y por esto mismo debe nacer una alegría profunda en nuestro corazón. Dios hizo nacer a nuestro pueblo, a nuestro México, al aparecerse Santa María de Guadalupe porque Dios la envió para ayudarnos, anuló esa sentencia que amenazaba el nacimiento de los mexicanos. Y desde entonces el Señor está en medio de nosotros en su presencia Eucarística, sí, en cada uno de nosotros y de nuestros hermanos, sí, pero también se encuentra su presencia de una forma especial en el vientre de Santa María de Guadalupe.
Y en el Salmo de hoy, el profeta Isaías nos reafirma la salvación que Dios nos ofrece y nos anima a la confianza, a no temer, por que Él, en medio de cualquier problema y de las dificultades que sean, es nuestra fuerza. Él es la fuente de nuestra alegría, nos dice Isaías, y María de Guadalupe nos dice lo mismo: “no soy yo la fuente de tu alegría”, porque las palabras de María de Guadalupe son las palabras del amor maternal de Dios, que a través de Ella, nos hace llegar de una forma muy especial a los mexicanos, y no sólo a nosotros sino a todos los hijos de Dios en el mundo. “El Señor ha hecho maravillas” nos dice Isaías, palabras que también encontramos en el Magníficat, y ¡que lo sepa la tierra entera! México tiene una gran responsabilidad, nos dicen nuestros obispos en el PGP, por este mensaje que nos fue y nos es dado. Necesitamos hacerlo llegar a la tierra entera como nos anima el profeta Isaías. De esta manera México estaría viviendo su misión en el mundo.

El la Segunda Lectura el apóstol San Pablo nos dice que el Señor está cerca, y también nos dice, ¡alégrense! Y nos vuelve a repetir: ¡alégrense! Y que esta benevolencia que nazca entre nosotros por saber que tenemos a la Madre de Dios tan cerca sea conocio por todos. Isaías nos dice las palabras que también vienen de Dios en el Tepeyac a través de María: “¡No se inquieten por nada!, que no se turbe su rostro ni su corazón!, sino que pidamos y supliquemos pero llenos de gratitud. ¡La gratitud es muy importante! Y san Juan Diego también nos enseña la gratitud. Él la vive en su camino, sobre todo cuando después de haberse alejado del camino que lo llevaba a María, Ella, saliéndole al encuentro, le dice que lo ama, y que no se inquiete ni se preocupe por nada porque Ella está ahí trayéndole al Salvador. Es entonces cuando, después de que Juan Diego se vió a sí mismo “cachado” por María, porque Ella lo “cachó” yéndose por otro camino, y después de que recibe el mensaje tan consolador de nuestra Madre, nace en él la contrición por verse como es, pero también nace en él una inmensa gratitud. Nace la gratitud por el Amor de María, porque curó a su tío, y porque a pesar de que él iba huyendo de Ella, María no lo rechazó sino que lo abrazó con su más grande ternura y su amor.
Aprendamos de San Juan Diego la gratitud de sabernos amados así como somos, con nuestras debilidades, con nuestras caídas, con nuestras huídas de Dios y de María. Tenemos que confiar en la Misericordia infinita de nuestro Padre Dios. María es Madre de la Misericordia, de Jesús nuesto Señor, así es que su Presencia en estas tierras de esta forma tan especial es un acto de la Misericordia misma de Dios que viene a salvarnos, a acompañarnos, a hacernos nacer para Cristo.
En la Lectura del Santo Evangelio varias personas le preguntaban a san Juan Bautista: ¿y qué tenemos que hacer? A un grupo le responde, compartan comida con los que no tienen, a otro grupo, quienes recaudaban impuestos ante la misma pregunta les responde: “no exijan nada fuera de lo establecido! , y al grupo de los soldados les dice: “no extorsionen ni denuncien falsamente y conténtense con su sueldo” y ante las respuestas tan sabias de San Juan todos se preguntaban si él no era el Mesías que estaban esperando, pero él los sacó de las dudas diciéndoles que Jesús los bautizaría no con agua sino con el Espíritu Santo y fuego, y con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena noticia.
Hermanos, reflexionemos en que el Acontecimiento Guadalupano, las apariciones de Santa María de Guadalupe y su Presencia continua, es una forma siempre actual del anuncio de la buena noticia. María, llena del Espíritu Santo, nos anuncia al Salvador, nos trae a Jesús y nos lo presenta, diciéndonos que su Hijo nace para nuestra salvación.
Jesús bautiza con el Espíritu Santo, Espíritu que habita también en María de forma plena. Acudamos a Ella, pidámosle nos muestre a su Hijo y nos lleve a Él. De esta manera estaremos siempre alegres, ¡siempre!, aún en medio de las dificutades cotidianas tendremos esperanza porque María nos acompaña en este camino, nunca nos deja, nunca se cansa de nosotros a pesar de que nosotros somos muy frágiles y débiles y de que a veces escogemos otro camino que no conduce a Ella.
Pidamos también a nuestro hermano San Juan Dieguito nos ayude a entregarnos a María como él lo hizo, nos ayude a ser agradecidos por su Presencia y dejémonos transformar, formar y capacitar por el poder de Dios a través del amor y la compañía real de Su y nuestra Madre. Madre que envía para ayudarnos a esperar el nacimiento de su Hijo también en nuestra vida, para que encontrándonos con Él, cambie nuestro corazón y nos ofrezcamos al Padre junto con Él, por los demás.
Que así sea. 



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