¿No soy yo la fuente de tu alegría?
Reflexión para la Homilía del 18 de marzo de 2018,
Domingo de la quinta semana de Cuaresma
Tras las huellas de San Juan Diego

Libro de Jeremías 31,31-34.
 Salmo 51(50),3-4.12-13.14-15. 
Carta a los Hebreos 5,7-9. 
Evangelio según San Juan 12,20-33.

En la Primera Lectura de este quinto domingo de Cuaresma el profeta Jeremías narra la Alianza que el Señor establece con la casa de Israel y la casa de Judea. Esta Alianza, dice, no será como la que hizo con sus padres cuando los tomó de la mano y los sacó de Egipto, sino que esta nueva Alianza será escrita en los corazones de cada uno. También aclara que todos conocerán al Señor, pero que este conocimiento será más bien por el perdón que el Señor otorga a la iniquidad y al pecado de su pueblo. Vale la pena que nos preguntemos qué nos dice ahora el Señor. El Santo Padre el Papa Francisco nos regaló el Año de la Misericordia no hace mucho. En la Iglesia vivimos juntos la gran Misericordia del Señor. Vale la pena ponernos en el lugar de los pueblos de Israel y de Judea, vale la pena darnos cuenta de que estamos conociendo al Señor precisamente por su gran Misericordia y porque ama perdonarnos y porque se olvida de nuestros pecados. Él quiere olvidarse de nuestros pecados, pero es necesario confesarlos, aceptarlos, ponérselos en sus manos para que sean olvidados, para sanarnos.
En el Salmo de hoy, vemos la actitud de una persona consciente de su verdad y que aprovecha la Misericordia del Señor, esta actitud debemos tenerla también nosotros, y vemos en el Salmo cómo se debe pedir piedad al Señor, por su bondad debemos pedirle misericordia, pedirle que borre nuestras faltas, que nos lave totalmente y que nos purifique de nuestros pecados y fragilidades. Es en el Sacramento de la Reconciliación con Dios por medio de la confesión que podemos vivir esto de manera más plena. Imploramos a Dios también por medio de este Salmo que nos devuelva la alegría de la Salvación, esta alegría nos la otorga el sabernos perdonados, no importa que tan grande sea nuestra maldad, nuestra caída, si nos confesamos, Dios nos devuelve la alegría de la Salvación, porque nos perdona todo y en lugar de alejarnos de Su Presencia, nos acerca a Él con su amor y con su perdón.
En la Carta a los Hebreos Jesús nos da el ejemplo de la súplica y la plegaria, Él mismo vivió lo que nosotros muchas veces vivimos con lágrimas y con dolor, nuestros problemas y nuestros sufrimientos nos llevan a suplicarle a Dios por su ayuda, por su salvación, por la sanación de nuestras enfermedades ya sean de cuerpo o del espíritu. De esta manera, el Señor nos dice que nos estamos solos, que Él sabe lo que es el sufrimiento y lo vivió para que sepamos que Él lo conoce bien y en medio de nuestros sufrimientos Él nos acompaña.
En la Lectura del Santo Evangelio San Juan nos habla del grano de trigo. Jesús dice que si este grano de trigo no cae y muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto. El grano de trigo tiene que caer y morir para dar fruto y, Jesús nuestro Señor fue el primero en vivir esto, cayó tres veces con la Cruz y murió y dio mucho fruto, nos dio la salvación a toda la humanidad. Él ya vivió lo que nosotros tenemos que vivir. Claro, Él vivió esto por puro Amor, nosotros

tenemos que vivirlo para purificarnos de nuestros pecados, fragilidades y miserias. ¿Cómo caemos y morimos? Es fácil ver cuándo caemos, en medio de nuestras fragilidades lo comprobamos, en medio de nuestros pecados, cuando lastimamos a alguien, cuando no ponemos a Dios por encima de todas las cosas, cuando nos ponemos nosotros como el centro de todas nuestras acciones, cuando mentimos, cuando no ayudamos a alguien, cuando nos desesperamos con las fragilidades de los demás, cuando no tenemos misericordia... estas son nuestras caídas y verlas, aceptarlas, llevárselas a Jesús en el confesionario es precisamente morir a nuestro orgullo, a nuestras falsas ilusiones sobre nosotros mismos, en otras palabras confesar nuestros pecados ante el Sacerdote, nos ayuda a ser humildes, y esto es morir a nosotros mismos, y esto hermanos, da muchos frutos.
Podemos ver que esto mismo lo vivió san Juan Diego, él tuvo que ser purificado, él vivió humillaciones, maltratos, pero también vivió en cierto grado la rebeldía y esto lo vemos cuando él no quiso encontrarse con María, cuando él teniendo cita con Ella para recibir la señal para el Obispo, decide no encontrarse con Ella, tal vez pensó posponerlo, no sabemos, pero decidió irse por otro camino para no encontrársela. San Juan Diego ya sabía que era la Madre de Dios y no fue a pedirle ayuda con la enfermedad de su tío, quiso resolver su problema por él mismo, quiso pasarle de lado... Pero, cuando María le salió al encuentro Ella no le reprochó nada, San Juan Diego era consciente de que él estaba huyendo de María y, ante la mirada de Amor de Ella y el mensaje de Amor que recibió, san Juan Diego fue purificado de su imagen de él mismo ante él, se vio en la verdad, reconoció que estaba huyendo de María y del plan de Dios, huyendo de lo que Dios quería de él.
Así mismo nos pasa a nosotros, muchas veces dejamos para después, por ejemplo, el acudir a los Sacramentos, pensamos que nos quitará tiempo para otras cosas “más importantes” y haciendo esto no hacemos lo que Dios espera de nosotros. Pero, debemos estar contentos de que, así como María le salió al encuentro a San Juan Diego justo cuando estaba huyendo, Ella nos sale y nos saldrá siempre al encuentro para regresarnos al camino, para que vayamos caminando hacia su Hijo, para que vivamos el Evangelio, para que vivamos de las enseñanzas de su Hijo. Ella nos acompaña en el camino de nuestras purificaciones, en el camino que nos lleva a la humildad.
Esta es la misión de María, salirnos al encuentro como la Madre que se preocupa de todos y cada uno de sus hijos, salirnos al encuentro para que nos encontremos con su Hijo, para que aceptemos nuestra verdad, nuestra fragilidad, confesemos nuestras culpas, recibamos el Perdón y el Amor de Cristo, para que vivamos de la Misericordia.
Finalmente recordemos también que María le dijo a San Juan Diego lo siguiente: “¿qué no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿tienes necesidad de alguna otra cosa? María nos quiere llevar a Jesús, Jesús es nuestra Salvación y en el Salmo leímos la plegaria: “Devuélvenos la alegría de la Salvación”. Si nos entregamos a María al ejemplo de San Juan Diego, reconociendo la verdad de nosotros y al mismo tiempo la verdad del Amor maternal de Dios expresado por María, Ella nos conducirá sin duda por el camino de la Fe verdadera, nos conducirá a Jesús, aprovecharemos la Salvación y viviremos la alegría de ser salvados.
Pidamos también a San Juan Diego nos ayude a caminar tras sus huellas. 
Que así sea. 


Quinto domingo de Cuaresma
CEC 606-607: la vida de Cristo se ofrece al Padre
CEC 542, 607: el deseo de Cristo de dar su vida para nuestra salvación 

CEC 690, 729: el Espíritu glorifica al Hijo, el Hijo glorifica al Padre 
CEC 662, 2853: la Ascensión de Cristo a la gloria es nuestra victoria 
CEC 56-64, 220, 715, 762, 1965: historia de las alianzas 

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