Santa María de Guadalupe nos recuerda de manera viva la realidad del gran Acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios

Santa María de Guadalupe nos recuerda de manera viva la realidad del gran Acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios
Reflexión para la Homilía del 25 de noviembre de 2018,
Trigésimo Cuarto Domingo del tiempo ordinario

Tras las huellas de San Juan Diego

Primera Lectura: Lectura del libro del profeta Daniel 7, 13-14
Salmo: Del Salmo 92
Segunda Lectura: Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan 1, 5-8 Lectura del santo Evangelio: según san Juan 18, 33-37


Queridos hermanos:
Qué alegría encontrarnos con Dios mismo a través de su Palabra en la Primera Lectura del profeta Daniel. En esta lectura el profeta nos recuerda que el amor del Señor nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido. ¡Qué esperanza encontramos con esta verdad! ¿Cómo fue introducida esta gran esperanza al mundo? Ciertamente que inicia con la Encarnación del Hijo de Dios, una Encarnación de Amor, del Amor pleno, infinito, total y absoluto por cada uno de nosotros. El profeta Daniel narra en la Primera Lectura que en su visión observa a Alguien parecido al hijo del hombre, sin embargo no es del todo igual, porque si bien tiene naturaleza humana, tiene también naturaleza divina; y vio a Jesucristo nuestro Señor recibiendo la soberanía, la gloria y el reino. Este reino, nos dice, nunca será destruido gracias al Amor infinito. ¡Qué esperanza debiera causar en nuestro corazón profundizar en esta verdad! 
Como mexicanos y en vísperas de celebrar un año más del gran Acontecimiento que nunca deja de acontecer en este 12 de diciembre, día de nuestra Madre Santísima de Guadalupe, sería muy bueno y diría más bien, necesario, reflexionar que esta Encarnación del Hijo de Dios la tenemos siempre presente y actual en Santa María de Guadalupe. ¡Cuánto nos hace falta abrir los ojos y poder ver este gran milagro de Dios sostenido en el tiempo! Jesús se mantiene vivo y encarnado en Santa María de Guadalupe, y Dios escogió nuestra nación, nuestra tierra, para mantener viva su Presencia entre nosotros, de esta forma tan especial y única, a través de la Presencia de Santa María de Guadalupe. Dios no ha realizado esto en ninguna otra nación.

El Salmo de hoy, de igual manera, puede ayudarnos a reflexionar sobre este gran Acotecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios en María. María de Guadalupe nos presenta y nos trae al rey de reyes que está revestido de poder y majestad. María de Guadalupe nos recuerda de manera viva la realidad del gran Acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios hace ya más de 2000 años. El poder y la fuerza de María le fueron dadas por Dios gracias al reconocimiento de su verdad, de su nada, de ahí que se pueda hablar de la fuerza y del poder de María que es fuerza y poder de Dios mismo. Y en Ella, en María de Guadalupe, en su Presencia a través de su imagen y de su mensaje en el Nican Mopohua se nos hace presente el Salvador. Ella se manifiesta acogiendo con su cuerpo y en su vientre al Hijo de Dios vivo. Este templo del Hijo de Dios, quien es María, es adornado por la santidad propia de Ella. 
También encontramos que en la Segunda Lectura del Libro del Apocalipsis, el apóstol San Juan nos revela un poco más, quién es Jesús nuestro Señor, nos dice que vendrá entre las nubes Aquél que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre, Aquél que ha hecho nacer un reino para Dios. Es justo, necesario y hermoso que salga de nuestro corazón la alabanza a Quien merece toda la gloria y el poder por habernos salvado. Aquél quien nos ama ha entregado su Cuerpo y su Sangre por nosotros, el Todopoderoso se hace uno similar a nosotros, por amor y para rescatarnos de nuestra propia fragilidad.
Veamos hermanos que la Palabra de Dios siempre nos lleva a la alegría de sabernos amados incondicionalmente; y de nuestro corazón debieran salir con todo amor las palabras del Salmo de hoy, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!, ¡bendito el reino que llega... con Jesús nuestro Señor!
Con la Lectura del Santo Evangelio según san Juan, el evangelista nos comparte a través de su relato la procedencia del reinado de Cristo. Y Jesús en este pasaje nos dice: “Mi Reino no es de este mundo”, “mi Reino no es de aquí”, “Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Qué importante es escuchar la voz del Señor. Sin embargo, pongamos atención en este punto: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Hermanos, la Palabra de Dios nos dice que si pertenecemos a la verdad escucharemos su voz. Dios nos invita a reconocernos pertenecientes a Cristo. Si le pertenecemos, pues nos ha comprado con su Cuerpo y con su Sangre, Él espera que, en el uso de nuestra libertad, nos entreguemos totalmente al Amor, nos entreguemos a Él. Dios espera que libre y voluntariamente queramos pertenecerle. Además de ser algo justo, pues pagó muy caro por nosotros, debiera ser una respuesta de nuestro corazón, de cada corazón de cada ser humano de querer ser de Él, de pertenecerle, de devolvérnosle. Si nosotros le pertenecemos y libremente nos entregamos a la Verdad, escucharemos su voz.

Nuevamente, es importante agradecer en serio a Dios, la entrega que nos hace de y a María su Madre también como Madre nuestra. Santa María de Guadalupe quiere llevarnos a la verdad. Nos invita a decir sí al camino por el cuál Ella quiere llevarnos para ser concientes por la gracia de la verdad de Dios y de la propia verdad. Quiere llevarnos al conocimiento de nuestra propia pequeñez, quiere llevarnos a la conciencia de ser hijos amados, pequeños, débiles pero infinitamente amados. Esta humildad podrá disponernos a escuchar la voz del Señor. Para escuchar la voz del Señor necesitamos el don de la Fe. Para recibir este don Él necesita que tengamos una actitud adecuada, necesita que tengamos cierta disposición interior. María nos introduce en este camino para adquirir esta disposición. En este camino Ella nos acompaña, nos transforma y nos forma para lograr en nosotros la actitud que Dios necesita de nuestra parte para recibir el don de la fe verdadera. Recibiendo este don escucharemos la voz del Señor y por la fuerza de la graccia podremos ser instrumentos en las manos de María y realizar así la voluntad de nuestro Padre.
Es necesario agradecer a Dios la gran ayuda que Él mismo nos otorga a través de María. Démosle gracias a Dios por este Acontecimiento Guadalupano que siempre está aconteciendo en nuestra vida, en la vida de nuestra nación y en la vida de toda la Iglesia. Pidamos tambien a Dios, por intercesión de su Madre, la ayuda necesaria para cada uno de sus hijos mexicanos, para cada uno de todos sus hijos en el mundo. 
 Tal vez lo anterior nos ayude a comprender por qué San Juan Pablo II se refirió a América Latina como el Continente de la Esperanza. Esta esperanza es, por la Providencia Divina y por un acto de la Misericordia de Dios, la Presencia continua de Santa María de Guadalupe. América Latina es el continente de la esperanza por la Presencia real de Ella en nuestro Continente.
Que San Juan Diego, quien se dejó educar por María, nos ayude a ser agradecidos con Dios y con Ella por la compañía que nos regala su Presencia continua. Aprovechemos y vivamos la maternidad de Dios que, a través de Santa María de Guadalupe, nos regala. Pidamos la gracia de sabernos verdaderamente hijos y acudir a nuestra Madre por toda la ayuda que siempre necesitamos.
¡Qué Dios nos otorgue la gracia de ser agradecidos por esto y por todo lo que tenemos siempre! ¡Que que así sea! 



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