María de Guadalupe nos prepara para ganar la capacidad de saber amar a Dios y a los hermanos
Reflexión para la Homilía del 4 de noviembre de 2018, Trigésimo Primer Domingo del tiempo ordinario
Tras las huellas de San Juan Diego


Primera lectura: Lectura del libro del Deuteronomio 6, 2-6 Del Salmo 17
Segunda lectura: Lectura de la carta a los hebreos 7, 23-28 

Evangelio según san Marcos 12, 28-34

Queridos hermanos:
En la Primera Lectura del libro del Deuteronomio, no sólo Dios nos invita a seguirlo, sino que nos indica la manera de cómo hacerlo. Primeramente nos invita a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros nietos, a respetarlo. Este respeto se lo ha ganado por Amor, puesto que ha dado y sigue dando su vida en el más grande Sacrificio para salvarnos. Si alguien salva a su hermano de morir por ejemplo en un asalto, en un accidente, éste quedará eternamente agradecido por haberle salvado la vida ¿no es cierto? Cuánto más deberíamos de estar eternamente agradecidos todos los seres humanos por esta Salvación que Él nos otorgó y nos otorga continuamente? ¿Cómo deberíamos de respetar su nombre y de querer cumplir con alegría todos sus preceptos? Esto deberíamos de realizarlo como respuesta a Su Amor. Lo que Dios pidió al pueblo de Israel en aquél entonces, como lo dice la lectura, también nos lo pide ahora a nosotros. Nos pide primero que escuchemos. Escuchar al Señor es importante, escucharlo a través de su Palabra, a través del Magisterio de la Iglesia y de los Santos Padres que dirigen nuestra Iglesia, escucharlo también a través de las circunstancias, de los hermanos necesitados, de las necesidades de nuestras familias, amigos, vecinos, etc. Y sabemos que Dios nos pide seguir sus mandamientos, diciéndonos que, si así lo hacemos, de esta manera los respetamos y le demostramos nuestro agradecimiento y amor. Nos pide cumplir sus leyes y preceptos con cuidado para nuestro bien, para nuestra dicha y para que crezcamos como familia de Dios. Nos dice dos veces en esta lectura que es importante escuchar. El Santo Padre el papa Francisco también nos pide practicar la escucho-terapia y nos ha dicho que es muy importante en estos días. Es decir, debemos preparar los oídos para lo que Él nos quiere decir, y nos dice principalmente que debemos Amar al Señor con toda nuestra alma y con todas nuestra fuerzas y nos pide además grabar estas palabras en nuestro corazón.
Por lo tanto el Mandamiento primero es el de amar a Dios sobre todas las cosas y, si amamos a Dios sobre todas las cosas, el resto de los mandamientos se cumplen como acto seguido. Entonces podemos preguntarnos, ¿porqué muchas veces no somos felices? Y es que podemos creer que ya amamos a Dios por sobre todas las cosas porque en realidad sí queremos, pero muchas veces no nos damos cuenta de que nos amamos más a nosotros mismos que a Él. Y esto lo podemos comprobar cuando nos ponemos tristes porque las cosas no salen como uno quiere.
Tal vez valdría la pena hacer un examen de conciencia y descubrir qué es lo que hay en el fondo de nuestro corazón. Cada uno de nosotros reflexionemos que hay en lo más profundo. Tal vez podremos encontrarnos con que estamos demasiado preocupados por la situación económica, o por alguna enfermedad, o por alguna situación difícil que este pasando nuestra familia o algún miembro de nuestra familia, o porque no se cumplen nuestros sueños, etc. Y esta angustia o esta preocupación a veces excesivas y que pueden partir desde un problema muy mundano hasta lo más espiritual, puede llevarnos a darnos cuenta que lo que encontramos en el fondo de nuestro corazón es una excesiva preocupación por mi propio yo, por lo que yo quiero o por lo que yo creo que es mejor. Hay que voltear a mirar entonces la forma mas profunda y continua el Amor de Dios y su preocupación constante por nosotros, si hiciéramos esto confiaríamos más en El, pensaríamos más en Él como un Padre Todo-poderoso y no estaríamos tan centrados en nosotros mismos y en nuestros problemas. Y el reconocer esta verdad de que todos en cierta forma estamos muy centrados en nuestro propio yo, nos hace darnos cuenta de que

no amamos a Dios por sobre todas las cosas sino que más bien nos amamos más a nosotros mismos. Lo podemos comprobar de diferentes maneras, por ejemplo cuando nos enojamos con el hermano porque no hace las cosas como yo quiero, o con el hijo, o con el esposo o la esposa. Y de esta forma vemos que, al no salir las cosas como quiero y si me entristezco o me enojo puedo entonces reconocer que no confío en el Amor del Señor que me dice: “Ocúpate tu de mi y yo en cambio me ocuparé de ti”. Así le dijo a algún santo. Hermanos, lo que mas hiere al Amor es la desconfianza. Yo no digo que la vida sea fácil. Siempre tenemos algún problema, dolor o sufrimiento o preocupación, pero, el querer resolverlo por nosotros mismos sin Dios, hiere aún más el corazón de Aquél quien todo lo ve, quien todo lo sabe y de Quien dio su vida por cada uno de nosotros.
Si Dios nos ama, nos protege y nos cuida sobre todo de la muerte eterna, si dio su vida para salvarnos, ¿cómo no amarlo? Pues vemos qué difícil tarea nos pide el Señor. No somos capaces de responder a su Amor como debiéramos y esto debemos reconocerlo, pues es la pura verdad.
El hizo un Sacrificio Perfecto por nosotros y a nosotros muchas veces nos cuenta tanto confiar en Él, sobre todo cuando no la estamos pasando tan bien.
En el Santo Evangelio que nos presenta San Marcos hoy, encontramos los dos mandamientos más importantes, el primero, nos dice como en la primera lectura: Escucha Israel y así nos dice Dios a nosotros hoy. Escucha: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tus fuerzas; y el segundo mandamiento más importante es Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Hermanos, es un hecho que no cumplimos estos mandamientos, puesto que si lo hiciéramos, si de verdad amáramos a Dios y a nuestros hermanos, no nos robaríamos unos a otros, no nos quitaríamos la vida que es el don más grande que tenemos, no nos asaltaríamos, no nos mentiríamos, no le envidiaríamos nada a nadie, no hablaríamos mal de nadie, no desearíamos otra esposa, otro esposo, no les faltaríamos nunca el respeto a nuestros padres, ni a nuestros hijos.
Con seguridad Dios ve que lo intentamos, sin embargo, seamos sinceros con lo que hay en el fondo de nuestro corazón: ¡cuántas veces fallamos! Y en la respuesta de Jesús al maestro de la ley confirmamos que tiene razón cuando le dice los actos de Amor a Dios y a los hermanos valen más que todos los sacrificios y holocaustos, porque Jesús le dijo que no estaba lejos del reino de los Cielos. Veamos que importancia tienen los dos mandamientos más importantes. Si los pudiéramos cumplir, no habría ningún problema en el mundo, ¿verdad? Entonces, ¿qué hacer?, ¿desanimarnos? ¡No, de ninguna manera! Dios nos dejó a una Madre, nos dejó a su Madre, y Ella, quien es ejemplo de amor a la Voluntad del Padre, a su Hijo y a nosotros, puede enseñarnos a dar la vida como Ella la dio ofreciendo todo a Dios con su Sí continuo en todas las circunstancias de su vida. Ella nos quiere llevar por el camino del Amor, quiere que nos dejemos amar por Dios a través de Ella, pues Dios expresa su amor maternal a través de la Virgen María de Guadalupe cuya presencia es viva y continua. Ella quiere llevarnos por el camino de la humildad como lo hizo con san Juan Diego, quien también sufrió muchos problemas en su vida, incluso también tenía miedo de morir porque podría ser escogido como víctima para los dioses, pero, al final del camino, María logró formarlo para amar a Dios y a los hermanos de tal manera que Juan Diego dedicó el resto de su vida, después de las apariciones, a hablar a todos los que llegaban a ver la Tilma de todo lo que María hizo y dijo. Así es que: ¿Queremos de verdad amar a Dios y al prójimo como Dios nos los pide? Entonces vayamos a María, pidámosle aceptemos nos lleve por el mismo camino que San Juan Diego, camino de humildad, para que algún día Ella misma, con el poder transformador de Dios, cambie nuestra mente y nuestro corazón para ganar esa capacidad de saber amar a Dios y a los hermanos como El mismo nos lo pide.
Pidamos también a San Juan Diego, hermano nuestro quien ya pasó por este camino, nos acompañe y nos enseñe a dejarnos llevar por Ella. Recordemos que él incluso vivió la experiencia de huir de María, pero María nunca lo dejó. Así es que, viendo su camino, vemos que también nosotros tenemos esperanza. María no nos dejará nunca.
Santa María de Guadalupe, salva nuestra Patria y aumenta nuestra fe. 

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