Nuestra Madre de Guadalupe nos conduce Jesús
el único capaz de sanar todas nuestras enfermedades

Reflexión para la Homilía del 9 de septiembre de 2018, Vigésimo Tercero Domingo del tiempo ordinario
Tras las huellas de San Juan Diego
Primera lectura: Lectura del libro del Porfesta Isaías 35, 4-7 Del salmo 145 7.8-9 a 9bc-10
Segunda lectura: Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 1-5 

Lectura del Santo Evangelio: según san Marcos 7, 31-37


Queridos hermanos:
Continuamos en este esfuerzo de entregar el corazón a nuestra Madre en esta preparación hacia los 500 años del Acontecimiento Guadalupano.
Si analizamos lo sucedido hace casi 500 años, y por analogía lo comparamos con los problemas que vivimos hoy, encontraremos en la Primera Lectura del profeta Isaías palabras que nos ofrecen ánimo, que nos invitan a no tener miedo y a mirar a Dios. Aprender a mirar a Dios, de la manera como nos enseña María, hará que Dios nos sane de todo tipo de dolencias representadas en la lectura con las palabras: se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, saltará el cojo como el ciervo, la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la llanura; el desierto se convertirá en estanque la tierra sedienta en manantial.
Hace casi 500 años con certeza ambos pueblos, el indígena y el español, en ese caminar hacia el encuentro con Dios, ansiaban ser ayudados, ser sanados; era ya tanto el sufrimiento, el dolor, la falta de comunicación, la falta de aceptación y de comprensión al no saberse escuchar, que ya no veían para dónde caminar, es más no podían ya ni caminar. Podría decirse que estaban ciegos, que no oían, que estaban cojos, que estaban sedientos de paz y de verdadero amor. Hoy en día vivimos, en diferentes circunstancias, pero de manera similar. ¡Estamos tan necesitados!
En el Salmo 145 leemos que el Señor es siempre fiel a su palabra y que hace justicia al oprimido, y vemos que en aquella época salió en defensa de la dignidad del pueblo indígena, sin embargo, también salió en ayuda de los españoles, queriéndoles abrir los ojos y los oídos para aceptar, comprender y amar al “otro” diferente, pero de igual dignidad. Dios abre los ojos y alivia al agobiado, ama el Señor a todos y a todos quiere abrirnos el corazón.
Es así que podemos ver que Dios nos expresa su amor maternal y su misericordia enviándonos a Santa María de Guadalupe para ayudar a nuestro pueblo desde entonces, pero para ayudarnos también a través de toda la historia de nuestra nación y específicamente ahora para ayudarnos en nuestra época actual.
En la segunda lectura, Dios nos reafirma a través de la 2da Carta del apóstol Santiago que no es bueno hacer diferencias entre personas, por eso Dios quiso enviar a su Madre a nuestras tierras para enseñarles a los españoles a aceptar la dignidad de nuestra gente y a los

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indígenas quiso abrirlos con ternura a la fe cristiana. Por eso nos dice Santiago:
"Miren, hermanos, ¿acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe? ¿No les dará el reino que prometió a quienes lo aman?”.
De igual mamera en la Lectura del Santo Evangelio vemos que le presentan a Jesús a
un hombre sordo y mudo. Jesús lo sana. Le abre los ojos y los oídos a través de signos visibles: le tocó los oídos y la lengua y luego levantó los ojos al cielo mirando al Padre para después
decir “ábrete” y en ese momento el enfermo empezó a hablar.
Hermanos, veamos a través del signo de la Presencia de nuestra Madre Santísima de Guadalupe que Dios quiso que nuestro pueblo se abriera a la fe, quiso que los ojos de los indígenas se abrieran para mirar al único Dios por quien se vive, y a los españoles les abrió también los ojos para mirar al hermano, al “otro” diferente pero de igual dignidad. Con esto Dios logró, a través de la Presencia de Santa María de Guadalupe, una verdadera comunicación entre dos pueblos que no sabían escucharse y por lo tanto no sabían comunicarse, ni comprenderse, ni caminar juntos como hermanos.
Dios por medio de María, cambia el corazón de ambos pueblos, logra esa hermandad y esa paz, y lo logra por la Presencia de Jesús vivo en su vientre. Sólo el encuentro con Jesús vivo podrá cambiar nuestras mentes y nuestros corazones, de nosotros y de nuestros hermanos. Sólo Cristo es capaz de curar heridas profundas en nuestras familias, en nuestras comunidades, sólo Jesús nos hará capaces de abrir nuestro corazón para mirar y escuchar al hermano, incluso
a aquél con quien tenemos alguna diferencia o algun conflicto.
La Madre reune a sus hijos de una forma admirable capaz de reconstuir relaciones rotas o lastimadas por nuestras fragilidades y enfermedades. Es tiempo de entregarnos a nuestra Madre todos los días, es tiempo de entregarle el corazón. ¿Saben cómo podemos hacerlo? Meditando diariamente las palabras más consoladoras del amor maternal de Dios. Estas son las palabras de los números 118 y 119 del Nican Mopohua:
«Por favor presta atención a esto, ojalá que quede muy grabado en tu corazón, Hijo mío el más querido: No es nada lo que te espantó, te afligió, que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun
tienes necesidad de cosa otra alguna?
Vale la pena y no sólo vale mucho acudir al Amor de Dios a través de María, sino que
hoy es necesario para nuestra patria, pues hoy más que nunca necesitamos, sanación, conversión, de nuestra mente y de nuestro corazón, unidad. Necesitamos urgentemente vivir en el amor de Cristo porque sólo Él en nosotros puede amar con su amor a los demás.
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Que san Juan Diego, hermano que nos precede en este camino, nos ayude a seguir sus huellas para entregarnos a María y encontrarnos así con Jesús, encuentro necesario para nuestra transformación y la de nuestra patria. Que así sea. page2image38720

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